Contando en su curriculum con dos de las mejores comedias de los años 90s (Tonto y Retonto y Loco por Mary), los hermanos Farrelly, a costa de su humor de inodoro, se ganaron el título de reyes del humor de mal gusto, aunque a menudo inteligente y, por sobre todo, ácido.
Así desfilaron por su filmografía pequeñas joyitas como Kingpin (con Woody Harrelson en uno de los mejores papeles de toda su carrera), otros divertidos pero irregulares asaltos al buen gusto (Irene y yo y mi otro yo, Inseparablemente Juntos) y esporádicas explosiones melosas (Amor Ciego, Fever Pitch). Hasta en la animación supieron darse el gusto los hermanitos (Osmosis Jones) y luego, a partir de ahí, todo fue barranca abajo: a la ya devaluada fórmula de los chistes gruesos se sumaron guiones mediocres, y el resultado fueron las dos películas más decepcionantes de su otrora interesante carrera: La Mujer de mis Pesadillas (The Heartbreak Kid) y ahora ésta, Pase Libre (Hall Pass), acaso el punto más bajo que pudieron alcanzar.
La sencilla historia gira en torno a dos cuarentones babosos, Owen Wilson y Jason Sudekis, que devoran con su mirada culos y tetas de todo tamaño y tipo por igual, y no reparan en que quizás, del otro lado de la cama estén sus esposas preguntándose si algún día esta actitud adolescente va a terminar. La posible y ridícula respuesta llega de boca de una amiga en común, con una solución tan absurda como improbable que es, por supuesto, el disparador de la película: una segundad oportunidad, con etiqueta de "pase libre", para que los hombres recuperen su supuesta hombría y puedan saciar, aunque sea por una semana, su apetito de machos cabríos que sus mujeres en teoría les supieron quitar. Lo obvio sucede, como no podía ser de otra manera, cuando los leones descubran que parecen más bien gatitos con uñas desafiladas, y las mujeres, por su parte, consigan más éxito del cual siquiera hubiesen podido imaginar. Entre chistes de pedos y vulgaridades varias, esta vez con mal timing para la comedia, el guión se deshace en escenas olvidables y banales que se vuelven redundantes a medida que se acumulan sin hacer avanzar el relato hacia ninguna parte.
Una de dos: o los Farrelly se quedaron sin ideas, o estuvieron viendo demasiadas repeticiones de los Midachi en Crónica TV. Esperemos que sea lo segundo, puesto que con un buen zapping se pasa y, quién dice, en una de esas en otro canal están dando alguna de las primeras películas de Kevin Smith, otro colega del palo que con el tiempo parece haber perdido el rumbo.