La estupidez viene en envase de comedia.
¿Acaso alguien ha decretado alguna vez, y yo por supuesto no me he enterado, que la comedia debe ser absolutamente funcional a términos morales estupidizantes y hasta engañosos y contradictorios? ¿O acaso lo que Aristóteles llamó, refiriéndose a este género, como el “arte de lo grotesco”, fue excesivamente malinterpretado por la mayoría de las sociedades que le sucedieron, sobre todo la actual?
Está bien, está bien. Sabiendo esto de antemano, podemos prepararnos. Podemos tranquilizarnos, comprar Pop Corn, una Coca, entrar a la sala “a pasar el rato”, reírnos en algunas situaciones, deleitarnos con el desfile de siliconas (Alyssa Milano se re zarpó, vamos), sentir lástima por un par cuarentones y su patética nostalgia e intento de revivir las viejas épocas de “iupi! bariló, bariló”, para terminar presenciando un discurso que si bien arrancaba disfrazado de “liberador de la jaula sacral llamada matrimonio”, acaba transformándose en “yo soy cristiano, voy a misa los domingos, me acuesto temprano, no tomo ni fumo, y ni en sueños se me va a ocurrir separarme de mi mujer, ni dejarla por otra”; y finalmente salir de la sala sintiendo pena y un poco de bronca por lo estrepitosamente bajo que cae la comedia actualmente o por lo subestimado que se torna este género al caer en manos de directores como los hnos. Farrelly.
Ya de por sí, confieso que cualquier obra de esta dupla no es de mi agrado. No, ni siquiera Locos por Mary. Y menos ahora, en esta suerte de “American Pie para cuarentones casados con hijos” (ya que lo mencionamos, es más interesante Al Bundy en su respectiva comedia antes de esto). Y justamente, es tan análoga a la recordada comedia adolescente, que me gusta pensarla como la continuación.
En efecto, hipotéticamente: luego de American Pie: La Boda, donde por más que se presentara como un culto al reviente, a las fiestas locas adolescentes, la masturbación, la pérdida de la virginidad, las famosas M.I.L.F., la orgía y demás, acaba con un protagonista que se casa con la misma mujer con la que perdió la virginidad (¿acaso la película estaba financiada por el Vaticano? ¡Oh casualidad! me hace acordar al cura que sonaba la campana en Cinema Paradiso, ¿será que el corte final acá lo tuvo el Papá?) resulta que a este hombre (Owen Wilson), tiempo después, ya casado y con un par de chicos, le empieza a picar el bichito de su olvidada y supuestamente adolescencia y luego de insistirle a su mujer, logra que esta le otorgue un ridículo pase libre para, supuestamente “hacer lo que se la da gana” y volver a izar la vieja y oxidada (y probablemente inexistente) bandera de pirata.
Por supuesto, de a ratos la película hace reír, pero sin embargo la risa que provoca no viene dada por una construcción de situaciones entre los personajes o de un trabajo de desarrollo dentro de los mismos, sino con diálogos impostados artificialmente en sus bocas, chistes fáciles, situaciones repentinas e insólitas (¿probablemente se recuerde sin problema a la mujer estornudando en la bañadera, verdad?) y sobre todo el continuo ridiculizamiento gratuito del adulto promedio. Es decir, lo que Rodolfo más arriba menciona como un logro de los Farrelly el lograr burlarse sin pruritos de sus personajes, sin necesidad de tintes intelectuales ni artísticos; yo lo tomo como una forma de banalización, cosificación y normalización de la problemática adulta en torno a, quizás, la crisis de los cuarenta. El decirle a este adulto que se quede tranquilo, que no haga lío, que por más que su mujer no le responda en la cama ni se le ocurra buscar otra porque está absolutamente obsoleto en terreno de levante, más que comedia es un dispositivo de represión disfrazado de tal.
Ojo, con esto no estoy diciendo que estos temas, por ser serios, son imposibles de ser tratados dentro de este género. En lo absoluto. ¿O acaso nadie vio Marley y yo, con el mismísimo Owen Wilson, donde con la excusa del perro se hace un recorrido cómico de la problemática de la familia, la adultez, la redención, la pareja, etc. sin necesariamente caer en lecciones morales facilongas y rapiditas? Con lo cual imposible no es. Pero por supuesto, es más fácil banalizarlo todo y listo. Nos quedamos tranquilos que el cura seguirá tocando la campana y salvándonos de caer en la tentación.