Rick y Fred han estado casados durante muchos años, pero cuando empiezan a mostrar signos de inquietud en el hogar, sus esposas adoptan un enfoque audaz para revitalizar su matrimonio: concederles un "pase libre", una semana de libertad para hacer lo que quieran.
Me gustan las películas de los hermanos Farrelly porque son comedias en serio, de esas que realmente divierten, que se recuerdan, de las que se puede revisitar una y otra vez en el tiempo y encontrar nuevas cosas de que reírse. Me gustan sus personajes, el manejo que hacen de ellos, que siendo desagradables, pervertidos o trastornados, no dejen de ser queribles y simpáticos. Habiendo dicho eso, no me gustó Hall Pass, así como tampoco me gustó su último trabajo The Heartbreak Kid. Son películas que, sacando algún detalle particular, no parecen hechas por ellos, porque el humor al que recurren es simplista, burdo y por momentos escatológico, de esas que pueden salir directo en DVD de no tener grandes nombres en pantalla. Para demostrarlo, cuando en Dumb and Dumber (Tonto y Retonto) Jeff Daniels tenía su memorable escena en el baño, no hacía falta mostrar qué había hecho, los ruidos y gestos eran más que suficiente. A más de 15 años ese detalle se olvida, no en uno sino en muchos momentos, y entonces se recurre al excremento en el piso o la pared, a los protagonistas drogados, los primeros planos de desnudos masculinos y demás.
Ambos protagonistas llevan bien sus papeles, no es que haya problemas de actuaciones sino más bien de ideas. Jason Sudeikis, el menos conocido de los dos, termina opacando en parte a Owen Wilson dado que se lleva las mejores líneas y escenas. El otro por el contrario tiene que lidiar con un personaje recurrente en este tipo de películas, el buen tipo pero que es un poco lento y pasado de moda, menos espontáneo que su compañero y por lo tanto más obvio. Dividida en una introducción y siete días, la historia recién empieza a tomar forma durante el sexto, cuando mucho de lo que se promete desde el tráiler aparece en pantalla. Es que como reclaman los amigos del grupo, hasta el cuarto o quinto día no han hecho nada, algo que se traduce en dos tercios de la película con poco y nada para festejar.
Si el filme acaba salvándose es por la aparición de Coakley, uno de esos grandes personajes que los hermanos Farrelly pueden crear y que vale la pena destacar. Un muy buen actor como es Richard Jenkins, quien generalmente hace papeles de hombres distinguidos y respetables, se muestra cómodo como una suerte de Hugh Heffner, cool, millonario, rodeado de mujeres y dispuesto a compartir su sabiduría en esa materia con sus dos amigos. Como ocurriera en el caso de Philip Seymour Hoffman y su Sandy Lyle en Along Came Polly, se trata de un rol secundario que no sólo se adueña de la pantalla aún por encima de los protagonistas, sino que supone una importante mejora a una película que no tiene otra cosa para ser recordada. Si este personaje hubiera surgido en los primeros minutos, la película habría mejorado notablemente, pero la espera es larga y las promesas no se cumplen. Para hombres maduros divirtiéndose lejos de sus familias ya está The Hangover, que con sólo un día de fiesta supera ampliamente los siete de Hall Pass, que busca parecerse, aunque la realidad la muestra con menos gracia pero más culpa y lecciones de moral.