Más allá del título en español, que aunque no respete la traducción literal anuncia con sinceridad el género, la película es un confuso puzzle de piezas melodramáticas. Y esto no sonaría peyorativo si su referencia fuese cualquier obra del prestigioso narrador de melodramas Douglas Sirk. Pero como no es el caso, “Pasión inocente” se asemeja más a un telefilme.
La construcción de personajes parece haberse quedado en la primera fase, tanto es así que más que personajes -tridimensionales, con contradicciones- lo que transita la historia son estereotipos: un hombre maduro aburrido de la vida, su mujer ociosa e histérica, su hija adolescente, cuanto más consentida, más caprichosa. El trasfondo, la profundidad, la dialéctica moral que hace interesante a un personaje, no existe; prueba de ello es el sorprendente final que anula cualquier posible arco de transformación que modifica a un buen personaje tras haber sufrido una buena trama.
De la misma forma, la trama se queda a medio camino. Lo que podría llegar a ser verosímil -una adolescente atraída por un adulto y viceversa- resulta casi ridículo debido a los pasos gradualmente mal construidos de la atracción. Quizás por querer narrarlo con sutileza y evitar así lo telenovelesco, el proceso de acercamiento y enamoramiento entre ambos protagonistas se revela imposible de creer, acartonado y forzado. Durante una buena parte del relato, el personaje de Felicity Jones (una chica de 18 años que vive de intercambio en una familia yanqui) parece buscar al de Guy Pearce (padre de la familia yanqui) por afinidad con él, por necesidad de compañía agradable que no encuentra ni en la hija infantil ni en la madre aburrida. Y es por eso que el roce de manos, el beso que detona la pasión -no tan inocente- resulta brusco, porque no tiene base previa.
También hay soluciones narrativas poco trabajadas a nivel de guión, fáciles o manidas, y cuestiones de credibilidad que no se sostienen y a las que se podría prescindir porque no son necesarias para la trama. Y desde luego el final, que si bien se puede entender como una crítica a un estilo de vida de apariencias y fingimientos, de comodidades por encima de pasiones, resulta confuso e inconcluso.