Paterson

Crítica de Alejandro Castañeda - El Día

Un colectivero que anda de viaje con la poesía

La película cuenta una semana en la vida de este colectivero poeta que vive con su novia y su perro en una modesta casita de la ciudad de Paterson. Film sencillo, austero y callado que irradia una poesía de lo cotidiano que no necesita intrigas ni sorpresas. Paterson, el conductor, es un hombre acostumbrado a recorridos rígidos, su vida también es un itinerario repetido: se levanta después de las 6, desayuna, va hacia la terminal de transporte, se siente al volante de su coche, escribe algunas estrofas, inicia su viaje por la ciudad, hace un alto para almorzar en un parque, vuelve a casa y después de la cena saca pasear al perro y se roma una cerveza en el bar. Es todo y es suficiente. La rutina, que a tantas parejas desgasta, es aquí el reaseguro de un refugio entrañable para esta pareja feliz, discreta y soñadora.

Las primeras escenas son deliciosas. Viajamos en el ómnibus de este conductor de pocas palabras que va escuchando a sus pasajeros. Y vamos llevados de la mano por un realizador que, con sus imágenes reposadas y sensibles y sus silencios y sus detalles construye un mundo modesto y fiable, donde hasta en sus personajes más atormentados (ese enamorado incurable) encuentran buen lugar para sus pesares. Son seres simples, atados a una epopeya minimalista y casera. Jarmusch no necesita énfasis. El colectivero es un personaje encantador, que con pequeños gestos nos deja asomarnos a su soledad, sus sueños, un tipo que cruza la ciudad como un solitario siempre alerta que tiene a esos versos como mejor compañero de viaje.

El film cuenta sin ostentaciones el nacimiento de un poeta. Y nos deja asomarnos a ese cuaderno donde va registrando pequeños incidentes de una vida sin grandes mayúsculas. La suya es una poesía costumbrista, de pocas palabras, sugerente y sencilla, que relata impresiones sueltas y fugaces que tienen la espesura de este vecindario de vida ordinaria y repetida. El film parece ser un elogio de la rutina a través de la repetición de sucesos que para el personaje traen la confirmación de un reencuentro que lo colma y lo inspira. El es Paterson, como su ciudad. Una repetición que va más allá de la coincidencia. Paterson necesita saber que lo de siempre está para empezar a soñar a partir de allí. Y será al final, cuando un turista japonés le regala un cuaderno, que acabará entendiendo que cada día es la promesa (¿o la exigencia?) de un nuevo empezar.

El film empieza con el relato de un sueño. Y termina con el protagonista escribiendo poemas, otro sueño. Es una película distinta. Sencilla, paciente, a ratos perezosa, repite los anhelos de este colectivero de marcha apacible al que sólo un par de imprevistos (un perro destrozón y un autobús descompuesto) le avisan que siempre hay que estar preparado para empezar el viaje de nuevo.