Adam Driver es un driver (conductor de colectivos) y su personaje, Paterson, vive en Paterson, Nueva Jersey. Las casualidades no son casuales en el nuevo trabajo de Jim Jarmusch, ya que su historia habla de los encuentros inesperados, de las coincidencias absurdas, de las paradojas y los pequeños grandes momentos que surgen incluso en las vidas más sencillas y hasta rutinarias como la del antihéroe del film.
El actor de la serie Girls y, sí, el Kylo Ren de la última Star Wars interpreta a un chofer que vive con su bienintencionada y servicial novia Laura (la iraní Golshifteh Farahani), una chica que se la pasa diseñando cosas en blanco y negro y cocinando cupcakes, y con un bulldog malhumorado que es protagonista fundamental de la historia.
Paterson -que no usa celular ni Internet- también tiene sus gustos. Además de manejar varias horas por día, escuchar anécdotas de los pasajeros y ver gemelos por todas partes, tiene un anotador donde va escribiendo excéntricos poemas que parecen haikus. De hecho, la película -tan norteamericana como es- tiene algo de japonesa, con un tono zen, y quizás por eso termine con el encuentro de Paterson con un personaje de origen nipón.
Narrada en el lapso de una semana, sigue las vivencias cotidianas de Paterson: levantarse bien temprano, ir a la terminal, manejar varias horas, reencontrarse con su dulce novia, sacar al perro a pasear y terminar siempre en el mismo bar hablando con el cantinero y los clientes de siempre. Allí ocurren varios de los momentos más excéntricos de una película que se disfruta a cada instante (hay también una salida de la pareja al cine un sábado a la noche para ver un clásico de terror en blanco y negro, un bello insert cinéfilo).
Paterson -la película- es sobre la poesía y los poetas amateurs sin necesidad de ponerse artificialmente lírica. Si bien los haikus del protagonista se van viendo en pantalla, la poesía del largometraje proviene de otra parte: de la mirada relajada de Jarmusch, de la creatividad y sensibilidad que hay en cada detalle y observación, de la bondad inocente -casi de cuento de hadas- de la optimista pareja, de la forma en que filma ese decadente y contradictorio barrio trabajador. Un director que, ya en su madurez, se permite hacer una película alejada por completo de los cánones, los tiempos, los ritmos, las urgencias del cine contemporáneo. Un cineasta fuera de las modas, de las normas y, por eso (y por su talento), decididamente único