Paterson

Crítica de Diego Lerer - Micropsia

Adam Driver (“Girls”, “Star Wars”) protagoniza la nueva y extraordinaria película del director de “Stranger Than Paradise”, en la que encarna a un conductor de autobuses con pasión por la poesía. Una serena y adulta reflexión sobre la belleza del ser y estar en el mundo, un día a la vez.

La simpleza de PATERSON es tramposa. Es la simpleza del que ha encontrado que ciertas verdades sobre el mundo no necesitan demasiadas explicaciones, ni análisis, ni siquiera tienen que ser cubiertas con esa pátina de realismo psicológico que vuelve a las películas plausibles, “verdaderas”. En PATERSON lo que sucede podría ser un poema, un haiku, el mono no aware de la tradición japonesa: esa capacidad de encontrar en lo simple, transparente y efímero una verdad sobre las cosas, sobre las personas y sobre el mundo. Eso es la nueva película de Jim Jarmusch, una serena y adulta reflexión en tono zen sobre la belleza del ser y estar en el mundo, día a día, momento a momento.

En términos narrativos, la película cuenta la historia de un tal Paterson (Adam Driver, en una performance muy contenida en relación a lo que hace en GIRLS o STAR WARS) que vive en la ciudad de Paterson, New Jersey, cuna del poeta William Carlos Williams. El hombre es conductor de un bus urbano y su rutina cotidiana es muy regular: se levanta a la misma hora, desayuna siempre lo mismo, trabaja hasta las seis de la tarde, va a su casa y cena con su mujer, saca a pasear al perro y en el interín se toma una cerveza en el bar de siempre.

Las modificaciones a esa cotidianeidad son menores: su mujer quiere preparar cupcakes, comprarse una guitarra y aprender a tocar; una pareja en el bar tiene problemas románticos, algún problema con el bus en cuestión, y cosas así. Pero por lo general todo parece mecánico, un día igual al siguiente y al que viene después. A esa rutina Paterson le agrega un detalle no menor: el hombre escribe poesías en los minutos libres que tiene antes de empezar a recorrer las calles. En el cuaderno que lleva a todas partes están sus observaciones transformadas en poemas descriptivos, poco pretensiosos pero con un gran poder de observación. Eso sí, el fin de semana la rutina cambiará y ahí se producirá un quiebre que sacudirá un poco la vida armoniosa de Paterson y su mujer. Y eso es todo.

PATERSON funciona en un tono menor, desdramatizado, con el protagonista y su esposa de origen iraní en un estado de romántica inocencia que parece sacado de una publicidad de felicidad de pueblo chico de los años ’50. Y Jarmusch aprovecha pequeños momentos para marcar diferencias entre uno y otro día: conversaciones en el bus, en un lavadero, en el propio bar. De esa manera, el personaje y la ciudad (que comparten nombre) logran transformarse en una sola y misma cosa. Pero la tesis principal parece puesta en celebrar, mediante recursos poéticos (los que Paterson escribe y Jim filma), la belleza contenida y amorosa de la vida conyugal, en lo que hoy parece algo un tanto retro. No se busca profundizar en contradicciones, husmear en lo que se oculta bajo esa apariencia de amabilidad cotidiana. Al contrario, se celebra esa felicidad cotidiana que aparece en una caja de fósforos, en un diseño de un vestido, en un encuentro inesperado.

“¿O preferirías ser un pescado?”, es uno de los riffs con los que juega Paterson en uno de sus poemas, tras encontrarse con un alma gemela japonesa que admira también a Williams. De eso habla la nueva y encantadoramente simple película de Jim Jarmusch: de los bellos secretos que se esconden en la cotidianeidad de la experiencia, de la celebración de estar vivos y atesorar esos momentos, grandes o pequeños, que nos atraviesan cada cada día y cada semana, de prestar atención a lo efímero y a lo pasajero, a eso indescrifrable que nos hacer ser quiénes somos, con nuestras pequeñas cosas, cosas que tal vez solo sean importantes para nosotros, para esas personas que amamos y para nadie más. ¿O preferirías ser un pescado?