La pantalla como cuaderno de poemas
Paterson camina, tranquilo. Lo hace de un modo peculiar, suyo. Tiene los pies muy grandes, las piernas extensas. Parece disfrutar cada uno de sus pasos. Se diría que es un minimalista.
Paterson es también un despertar, un comer, un beber, un besar. Además, Paterson escribe. Mira su alrededor y lo vuelve poesía en su cuaderno. Las palabras surgen, invitan otras. Su voz se hace introspectiva, y la película la comparte. Mientras se le escucha, los sonidos son escritos sobre el mismo cuadro cinematográfico, la pantalla queda intervenida. El film se vuelve el cuaderno, el film es el cuaderno.
La totalidad y síntesis que es el nombre Paterson implica al personaje, su ciudad, el título del film, así como al poema/libro de William Carlos Williams. Paterson no puede ser nadie más que Adam Driver, porque Adam Driver es, como su apellido indica, chofer, de colectivo. Paterson es una mirada integral, sensibilidad depurada en forma de cine. Es la más reciente y una de las mejores películas de su director, Jim Jarmusch.
Si el film es capaz, como lo es, de hacer resonar un diálogo entre palabras, pasible de despertar sentidos dormidos o de un adormecer plácido en plena tarea diurna, es porque se deja embriagar desde la misma relación entre imágenes. La poesía que destila Jarmusch es la del juego de atracción entre planos, atentos al filo que despierta la luz sobre el paisaje urbano, a los movimientos del agua, a la altura de su actor protagonista ‑encorvado por el techo del sótano‑, al follaje enrevesado, al reflejo vidriado.
También los sonidos, que circulan entre la ciudad del día a día, en donde se producen diálogos que el oído de Paterson sabe cuándo escuchar, mientras conduce el mastodonte que es su colectivo, de brillo metálico y andar tan pausado como el suyo. Todo el film es expresión de este mismo ritmo, quieto, mentirosamente quieto. El Paterson de Driver/Jarmusch parecería ser, epidérmicamente, expresión benigna de un hombre "común". Pero nada hay de algo semejante; más aún, sería su reverso.
Si las cabezas gachas, ensimismadas y aisladas, caen ante la mirada a la que obligan los teléfonos celulares, Paterson elige hacerlo sobre su cuaderno. La relación es evidente: mientras todos escriben o leen en pantallitas, es en Paterson donde sucede la poesía. Este desdoblamiento ‑de "escritores"‑ estará presente a lo largo de todo el film, a partir del sueño sobre hijos gemelos que Laura, su mujer, le cuenta, a la par de personajes que habrán de replicar de maneras mellizas.
Justamente, será una niña quien atraiga la curiosidad del chofer, sentada y con un cuaderno donde deposita sus imágenes en palabras. Una hermanita, melliza, surgirá después. Si lo que el film muestra es real o fabulado por el caminar sonámbulo de su personaje, no hay necesidad de que sea aclarado. En todo caso, el deambular cotidiano de Paterson es alterno. Por eso, él no es nada común, no se parece a nadie. Para más señas, elige no depender de teléfonos o televisores, así como ir al cine a ver películas en blanco y negro. No se trata de una postura reaccionaria, sino de la carnadura misma del personaje, capaz de actuar como piensa. El film de Jarmusch está lejos de defender una mirada inquisitiva o díscola, sino que prefiere dejarse abrumar por un sentir profundo, pero al que debe intentar llegar. Toda la película es ese intento.
Es por esta razón que la duración del argumento de la película se corresponde a una semana. Por un lado, porque es el cumplimiento del día a día ‑el despertar, el trabajo, la cena, el paseo del perro, el bar‑, es decir, el mero (e importante) devenir argumental; pero por el otro, porque indica la idea de un ciclo. El ciclo es noción filosófica. Al arribar allí, a esta comprensión, la película culmina porque sabe que puede volver a comenzar.
Este reinicio ‑que es desenlace‑ termina por subvertir la abulia que propone cualquier domingo. Parado allí, el personaje no puede menos que quedar subsumido por el encantamiento poético. Lo habitual ha quedado revertido. Y tal vez de una manera mucho más profunda que cualquier otra, como la supondría el nombre en relieve que el propio Paterson no se anima a tener en el lomo de un libro. Quizás porque ya lo tiene, porque su nombre es también el título de ese libro escrito por William Carlos Williams, así como el de esta película dirigida por Jim Jarmusch.