Se llama Paterson, vive en la ciudad de Paterson, New Jersey, cuna del poeta William Carlos Williams, en cuyos versos se inspira la película del mismo nombre. Interpretado por Adam Driver, la nueva criatura del rey del cine independiente, Jim Jarmusch, es una creación inolvidable, un aporte al cine de una originalidad absoluta: Paterson es un conductor de ómnibus, un tipo tranquilo que adora su rutina. Cultiva el placer de ir y venir de casa al trabajo, cumpliendo meticulosamente los horarios que marca el despertador, los horarios de trabajo que le anota el supervisor, el momento de sacar al perro a pasear y tomarse una cerveza. Se despierta cada mañana abrazado a su pareja, una bella cantante amateur obsesionada con los estampados en blanco y negro. Y es un poeta, un impensado creador de belleza, desde los cuadernos en los que anota palabras inspiradas.
Paterson es un personaje Jarmuschiano de pura cepa, que integra ese elenco único de seres inmediatamente queribles y un poco estrafalarios que respiran en su cine, con link especial a las primeras, extraordinarias películas del director: Extraños en el paraíso, Bajo el peso de la ley. En Paterson, con su excéntrica circularidad, el melómano Jarmusch se deja llevar, y nos arrastra con entusiasmo, por el placer de escuchar no aquí la música de los instrumentos y las voces, o no solamente, sino la de las palabras. En buena medida, esta nueva obra maestra del director neoyorquino, es un manifiesto de amor por la poesía, que jamás aburre. Que esa poesía brote de la mano de un tipo aparentemente gris y rutinario es producto de la mirada de ese otro poeta, el del cine, que por suerte, cada tanto y aunque sea tarde, sigue regalando pequeñas joyas como ésta.