Agrias nuevas formas (de explotación).
El cine de explotación de los 60 y 70 era justamente eso; explotaba los pocos recursos al máximo y narraba cierto tipo de historia sensacionalista o fantástica para sacarle el mayor beneficio económico posible. Ahora algunos lo fetichizamos y nos conformamos con cierta estética, cierto grano, ciertos colores, y le damos un valor que entonces no tenía, e incluso tal vez seamos más indulgentes con muchas de aquellas producciones que con algunas mediocres actuales. Porque así como hubo geniales, hubo horribles y miles de grises. Claro que lo interesante de muchas de aquellas exploitation era su desfachatez, sus -a veces- historias de los márgenes, y esa bola deforme de subgéneros que hacía gala de una gran imaginación generacional.
La Patrick original del fanático de Hitch, Richard Franklin (director de la también genial y subvalorada Psicosis 2), formó parte de ese mundo salvaje y delirante del cine de explotación australiano. Y uno de los pocos tipos en el mundo que tenía las credenciales para rendirle tributo era Mark Hartley; un director investigador, consumidor de cine clase B y gran conocedor del ozploitation -nos regaló el documental Not Quite Hollywood- y que hasta fue al mismo colegio que Franklin.
Y justamente por estos motivos es que la nueva Patrick nos desconcierta. Porque aunque sea sumamente fiel a la original en términos de trama, se aleja mucho en forma y espíritu. Algunos de los logros de la vieja Patrick eran la originalidad de una historia de amor mutante y la locura que transmitía el duro rostro de Robert Thompson, sumado a un soundtrack por momentos ridículo pero efectivo y en consonancia con muchas películas de horror y giallos de esa década, y esa atmósfera de producto genuino que emanaba de los actores y los escenarios tan lejanos a la cuidada e impoluta estética de mucho horror actual.
Y cerca de ese pulido horror contemporáneo se ubica esta nueva versión, incluso desde la cara de modelo del nuevo demonio. Este nuevo horror barato (generalmente americano, aunque este no sea el caso) tiene en común con el viejo exploitation el querer facturar gastando poco; pero está lejos, lejísimos, en audacia y creatividad. Además de la actitud pulcra, Patrick modelo 2013 comparte algunas características con este nuevo y -generalmente- fallido horror ATP. A saber: golpes de efecto a lo pavote, planos de corta duración, actuaciones pésimas y una desafortunada utilización de los efectos digitales. Sin embargo, se desmarca de la factoría “plata rápida” en un punto fundamental para el género: la música. La banda de sonido compuesta por el maestro Pino Donaggio logra climas extraños, acompaña un registro por momentos cercano al buen cine de Argento y se acomoda bien a la historia de amor con aires góticos que imprime Hartley en esta nueva Patrick.
La historia es la misma que en la original (una nueva enfermera conoce al paciente en coma con poderes telequinéticos), los primeros cinco minutos son fabulosos, y el papel del doctor y de la opresión de las instituciones (en este caso un nosocomio pero bien podría ser el manicomio de Atrapado Sin Salida o cualquier otra) vuelven a ser fundamentales. Y claro que es más audaz esta producción de género popular que muchas bazofias actuales sin alma como Extrañas Apariciones 2 o Heredero del Diablo, pero no alcanza. De remakes menores e innecesarias está lleno el mundo, compañeros, y hubiera sido magnífico ver algo más cojonudo. De todos modos, esta nueva versión, con sus altibajos, y a pesar de estar más cerca del derrotero actual que del otrora rabioso momento, tiene más cine que muchas otras que cortaron gran cantidad de tickets en este pésimo año para el horror.