Se podría decir que ésta es otra innecesaria remake de un film anterior de la década del ‘70, período en el cual el género del terror comenzaba a rendir mejores dividendos, y éste filme australiano supo colocarse en un lugar de privilegio a partir de la respuesta de los espectadores de entonces, en un camino transitado varias veces.
Pero los consumidores actuales de películas enroladas en el género del terror no la vieron, y en tal caso, a 40 años de distancia, se reirían de la primera versión si tuviesen la posibilidad de verla.
La historia es la misma, la del joven Patrick (Jackson Gallagher) en estado de sueño profundo sin el más mínimo registro de conciencia, y un científico, Dr. Rogel (Charles Dance), que experimenta con él, siempre secundado por su asistente personal, Cassidy (Rachel Griffiths), eficiente colaboradora permanente que sabe de todos los secretos (después nos enteramos que es la hija), situación que modifica en algo el verosímil, pero que no produce nada a los efectos justificativos que se intenta desde su inclusión,
El joven se encuentra, por una nunca explicada rara enfermedad, supuestamente internado en estado de coma en un pequeño hospital privado.
Una joven y bella enfermera, Kathy (Sharni Vinson), recién separada de su marido (¿qué importancia tiene al desarrollo del relato esta información?, ninguna, pero la dan y redundan en ella), comienza a trabajar en el hospital, y Patrick intentará comunicarse con ella (yo haría lo mismo).
El film queda definido como un gran repertorio de crueldades anormales con la sola intención no de asustar, tal seria el propósito original, sino de incomodar desde el registro visual al espectador.
El espacio físico, la escenográfa donde se desarrollaran la mayor parte de las acciones entrega lo habitual, tenebrosidades varias; en tanto la dirección de fotografía se amplia en la iluminación de los rostros para mostrarlos inquietantes. Por último el diseño de sonido, con su estridente banda sonora, y los continuos ruidos de unos electrodos que parecen tener la firme intención de perforar el tímpano y trepanar el cerebro.
Otra vuelta de tuerca en torno de la vieja batalla del mal contra el bien en una clínica siniestra, en donde la sangre a borbotones es la moneda corriente.