Una remake algo obsoleta
Kathy (Sharni Vinson) remplaza a una enfermera que desapareció misteriosamente de una clínica psiquiátrica que atiende a pacientes en estado vegetativo en donde trabajaba. Allí, en ese lugar tétrico de una ciudad costera, Kathy comienza a tener señales de que algo no anda bien y entonces conoce a Patrick Thompson (Jackson Gallagher), en coma luego de un intento de suicidio, al que se lo somete a electroshock y sustancias que le inyectan; un cóctel explosivo que tendrá sus consecuencias.
La inexperta enfermera queda fascinada por el enfermo, que comienza a comunicarse con ella a través de la telekinesis y la particular relación va creciendo a la par de la obsesión de Patrick para que nada ni nadie se interponga entre él y Kathy.
Remake del film de Richard Franklin de 1978, la nueva versión está dirigida por Mark Hartley –documentalista, responsable entre otros títulos de la extraordinaria Not Quite Hollywood: The Wild, Untold Story of Ozploitation!–, que trasladó el relato a un hospital de estilo victoriano como los clásicos de los famosos estudios ingleses Hammer, especializados en films de terror. Por esto mismo, recurrió a todos los tics de este tipo de películas, es decir, sonidos extraños y sorpresivos, parpadeo de luces, sombras y claro, sangre. Bastante.
Sin ninguna intención de resignificar la historia original y menos al tipo de cine en donde se encuadra, sin ser negativo el resultado es endeble y más allá de cierta efectividad, el proyecto tiene algo de obsoleto y sin razón que justifique este nuevo intento de un original que tampoco fue demasiado destacable.