Hace casi treinta y seis años Australia parió uno de los thrillers de horror sobrenatural más bizarros de todos los tiempos: Patrick, cuyo tagline en español rezaba "una experiencia alucinante". Y realmente lo era, al menos de un agudo sentido del absurdo: la historia de un psicópata que seguía matando desde el estado vegetativo de un coma clínico a través de su telekinesis era, cuando menos, novedosa, aún si fuese por todas las razones equivocadas.
En su momento, hubo gente que rió, gente que se asustó (cuesta creerlo, pero debe haber habido) y con el tiempo hubo aún mucha más gente que olvidó lo que había visto en la pantalla grande. El VHS, primero, y muchos años después el documental Not Quite Hollywood le otorgaron al film de Richard Franklin el honor de convertirse en auténtica "película de culto". Traducido para quien entiende del tema, esto no conlleva adjetivos como "buena" o "mala, sino que, por el contrario, muchas veces es capaz de ubicar a un film más allá del bien y del mal. La historia simpática de Patrick pudo haber terminado ahí pero, un mal día, alguien tuvo la genial idea de resucitar al muerto...mejor dicho, al asesino "en coma". El resultado de esa mala idea es una película de mismo título, argumento y momentos absurdos, sólo que esta vez bastante menos graciosos.
Aún para la clase B y el exploitation, cuando se notan demasiado "los hilos" que hacen bailar al títere (o la intención del mismo), lo que se supone chistoso se convierte en netamente estúpido, y en el estado cinematográfico actual donde no hay excusa para los malos efectos especiales (ahí estuvo Fede Álvarez hace ya cuatro años para demostrarlo con su corto Panic Attack!), un mal recorte de pantalla verde croma no hace reir sino llorar. Y Patrick es un llanto innecesario que se hubiese podido evitar.