Sobreviviendo al suburbio Si bien Patti Cake$ (2017) se nos presenta enarbolando en primer plano su gloriosa iconografía hiphopera, en realidad estamos ante una fábula de ascenso social que responde a la tradición narrativa anglosajona basada en el retrato de las zonas marginadas de las urbes y la posibilidad de escape que brindan por un lado el trabajo propio y por el otro la misma suerte, vista como un encadenamiento de acontecimientos fortuitos que pueden resultar a nuestro favor (o no, como suele suceder). Esta ópera prima de Geremy Jasper es un representante interesante del rubro porque logra combinar con relativa eficacia un desarrollo hiper clasicista con la excentricidad de los personajes y hasta una cierta añoranza por las características que poseía la industria discográfica tiempo atrás, sobre todo durante la década del 90, aquel período inmediatamente anterior a la masividad total de Internet. La historia se centra en la chica corpulenta que le da el título al film, Patricia Dombrowski aka “Killa P” aka “Patti Cake$” (Danielle Macdonald), una bartender fanática del rap cuyos sueños de estrellato lamentablemente no se condicen con el devenir marginal de su familia en New Jersey: su madre Barbara (Bridget Everett) trabaja en una peluquería, extraña sus días de juventud como cantante de una banda de rock y en esencia se la pasa bebiendo y vomitando en inodoros aledaños, y por su parte su abuela Florence (Cathy Moriarty) está postrada en una silla de ruedas, cada vez más cerca de la muerte y generando una deuda impagable por su tratamiento médico. Los únicos instantes que rescatan a Patti de este atolladero son los que comparte con su amigo y colega MC, Jheri (Siddharth Dhananjay), un inmigrante hindú a su vez atrapado detrás de un mostrador de una aburrida farmacia. El círculo vicioso de anhelar crecer y nunca disponer de los recursos necesarios se comienza a difuminar en el momento en que el dúo conoce a Basterd (Mamoudou Athie), un muchacho de color -tan ermitaño como inconformista- que se dedica al death metal y termina desempeñándose como productor de Patti y Jheri. Rápidamente todo el asunto deriva en la creación de PBNJ, un colectivo de hip hop formado por los tres más la insólita y breve colaboración de Florence como vocalista. Jasper, nada menos que el director, el guionista y el autor -junto a Jason Binnick- de las canciones que interpreta el grupo, juega con los contrastes todo el tiempo porque gusta de poner en interrelación los estereotipos dramáticos de fondo con el porfiar y la idiosincrasia batallante de los protagonistas, quienes sobrellevan las adversidades del camino al reconocimiento con entusiasmo e inteligencia. Quizás el problema más importante de Patti Cake$ radique precisamente en su falta de originalidad y esos giros que se ven llegar a kilómetros a la distancia, más considerando que la película puede leerse como una versión femenina y freak de Ritmo de un Sueño (Hustle & Flow, 2005) y 8 Mile: Calle de Ilusiones (8 Mile, 2002), no obstante asimismo el film ofrece alicientes atractivos como la subtrama de la admiración de Patti por O-Z (Sahr Ngaujah), una estrella soberbia y execrable del hip hop que sirve para “bajar a tierra” a los ídolos de cartón que construye la industria del espectáculo, y principalmente la aceitada dinámica entre Patti, Jheri y Basterd, sin olvidarnos tampoco de la relación -a veces dulce, a veces masoquista- entre la chica y su propia madre. En términos generales podemos concluir que la ejecución del realizador es bastante buena y alcanza para apuntalar un trabajo ameno y humanista sobre los avatares que atraviesan los excluidos en las sociedades del Primer Mundo y las estrategias que los susodichos emplean para sobrevivir a la dura vida de los suburbios metropolitanos sin renunciar a sus pasiones y objetivos de máxima, hoy hermanados a editar un viejo y querido CD y conseguir una mínima difusión radial…
La Reina del rap Nos encontramos con Patti atendiendo la barra de un mugriento bar, barriendo pisos, y cargando a cuestas con unos cuantos adultos irresponsables en un suburbio de clase trabajadora de Nueva Jersey. Su madre, Barb, interpretada con brío escandaloso por la artista de cabaret y comediante Bridget Everett, es una ex rockera que canta como los ángeles, pero que ahoga sus penas en amargura y alcohol. Ella está demasiado celosa y despreciativa del medio elegido por Patti para tratar de ser de alguna utilidad. Así pues, Patti, o Killa P -como ella quiere llamarse a sí misma- cuando finalmente irrumpe en una escena como la de la música rap mayoritariamente masculina, en su mayoría negra e inhóspita, no lo va a tener fácil para triunfar. Exceptuando, un amiguete bastante dicharachero, su pléyade de “colegas”, que incluye a un repugnante espécimen del que está enamorada, ninguno tiene problema alguno llamándola Dumbo, dado su aspecto físico. Sin duda lo más acertado de la trama es incluir a unos personajes secundarios improvisados a partir de un grupo de tipos contraintuitivos construidos de forma bastante adusta, quienes raramente se vuelven humanos plausibles. La gran Cathy Moriarty (Gloria, Cop Land) como la incondicionalmente paciente pero muy enferma abuela de Patti, que es poco más que una mordaza visual en una peluca ligeramente sesgada; el ya citado socio de producción de Patti, Jheri, un cantante de R & B del sudeste asiático y empleado de droguería amablemente interpretado por el actor no profesional Siddharth Dhananjay, y sobre todo la magnética presencia del enigmático Basterd, a quien la protagonista descubre en un desconsolado pero mítico vagar por bosques espinosos en una cabaña atestada de proyectos creativos. Un anarquista vapuleado por los más convencionales que acabará uniéndose a una banda de música harto peculiar. El director de esta propuesta movida, Geremy Jasper, un productor de videos musicales que debuta aquí en el terreno del largometraje, nos desvía continuamente hacia secuencias de fantasía que apuntan a los sueños de Patti, de movilidad ascendente y una vida más rutilante que el mundo terriblemente mundano en el que se encuentra atrapada, ya sea por clase o mala suerte, aspectos que atentan con sus sueños. Están bien, pero los impulsos más fuertes del director son sólidamente realistas, en el sentido amoroso hacia una ciudad que te atrapa y no te permite cumplir tus sueños. En ese sentido, existen un par de escenas ejemplares que cobran mucha fuerza durante el desarrollo argumental: una en la que la heroína de la función se encuentra cara a cara con su músico más idolatrado y otra en la que su madre da el do de pecho en un karaoke para acto seguido vomitar todo lo que lleva en el cuerpo. Sin embargo, a pesar de su actitud nerviosa y su entorno extraño, la película está demasiado inclinada a complacer a las multitudes para que se unan al punto de vista planteado. De hecho, lo más transgresor de Patti Cake$ es la blancura de su heroína en un mundo negro. Estamos ante una historia más sobre género que sobre raza, y Jasper se aventura solo cunado la cosa podría haber dado mucho más de sí. Cuando todo parece perdido para Patti, la ayuda proviene de una rapera negra que también conoció el rechazo y ahora siente empatía por quien intenta ver cumplido su sueño. Y entre tanto devaneo emocional y choque de realidades y fantasías se cuelan una serie de canciones altamente adictivas, donde las hirientes y críticas letras dicen mucho más que lo que muestran las imágenes. Es en ese punto donde uno sale del cine con la sensación de lo que podría haber sido y no fue. No se arriesga lo suficiente y la puesta en escena es demasiado plana y adocenada. Hay demasiado control para una trama que exigía mucho más arrojo y riesgo a la hora de narrar el desasosiego de quien se cree talentosa y no encuentra la salida para explicar su arte. Cuando Patti Cake$ crece, estamos ante una película muy buena, pero algunos cambios en su previsible devenir hubieran sido bastante bienvenidos.
Una chica gordita descubre que puede ser una importante rapper y el asunto va por ahí: crecer, aprender, tratar de triunfar. Es el viejo cuento americano del “underdog” (intraducible, pero es el que viene de abajo, el inesperado) pero narrado con mucho ojo para captar lo mejor de cada personaje, con gran sentido del humor y con un ritmo que, sin ser vertiginoso, se mantiene siempre exacto y atractivo. Joyita inesperada.