Mi alienígena favorito y dos freaks
Entre los cientos de estrenos de cada año, Paul bien puede considerarse un film pequeño, tanto por ser una producción modesta en términos de despliegue de recursos, como en sus aspiraciones de trascendencia. Sin embargo, la película es un delicioso artefacto que disfrazado de comedia disparatada en plan de parodia del género de ciencia ficción se anima a traficar algunos discursos críticos sobre el conservadurismo religioso, la obsesión por las armas del Estados Unidos profundo, y además habla de valores como la amistad y la solidaridad en un mundo hostil.
A partir de la anécdota mínima de dos freaks ingleses que concretan el sueño de toda su vida, es decir, pasar sus vacaciones en Comic Con, la famosa convención de ciencia ficción que se realiza en Las Vegas todos los años, más una excursión a la mítica Área 51 en Nevada –donde según las teorías conspirativas se supone que el gobierno de los Estados Unidos realiza pruebas con extraterrestres prisioneros, entre otros misterios–, la historia rápidamente levanta vuelo cuando hace su aparición Paul, un alienígena con un sentido del humor bastante pedestre, que busca regresar a su planeta después de pasar demasiados años en la Tierra.
Por supuesto que hay una agencia gubernamental que lo persigue y, claro, abducciones. Pero el tamiz británico que le imprimen al relato Simon Pegg y Nick Frost (Muertos de risa), habilita una mirada ácida sobre algunas cuestiones como el fanatismo de la fe, la paranoia y el derecho a portar armas, más las múltiples referencias a películas como E.T. y Encuentros cercanos del tercer tipo –incluido un cameo del mismísimo Steven Spielberg–, que combinadas con el buen pulso para la comedia del Greg Mottola, director de Adventureland - Un verano memorable y Súper cool, y el aporte de Bill Hader y Kristen Wiig de la factoría Saturday Night Live, hacen de Paul una muy buena comedia pensante.