¿Cómo era ser artista a principios de siglo XX? Para el hombre: ser poseedor de un espíritu sensible, de un alma iluminada y producir muestras de admiración entre sus pares y en la sociedad en que se desenvolvían. Para la mujer: una pérdida de tiempo, una lucha de clase y de sexo y promover una rebeldía que chocaba contra los preceptos básicos de su existencia: ser esposa y madre.
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Para reinvindicar en parte las injusticias de una época en donde la mujer que leía, escribía o pintaba era mal vista, el director alemán Christian Schwochow logra invertir el foco y la visibilidad de los protagonistas de una historia ocurrida en 1893, en Bremen, Alemania. Para ello, realza la figura de Paula Becker por sobre la de Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin y Camille Claudel, que tuvieron la suerte de convivir en aquellos años.
Si bien con el paso del tiempo la figura de estos artistas se afianzaron dentro del panorama cultural a través de sus obras, antes de eso, la pintora Paula Becker había sido reconocida luego de su muerte para luego caer nuevamente en el olvido. Por eso es importante esta película, para exponer a la gran Paula Becker, una de las representantes más precoces del expresionismo alemán, bajo la luz de nuestros días.
A Paula solo le bastó catorce años para producir más de 700 lienzos y un millar de dibujos y bocetos. Murió muy joven, a los 31 años de edad, víctima de una embolia pulmonar. No fue famosa en vida y tal como pasó con Vincent Van Gogh, vendió solo un par de pinturas a algunos familiares y amigos. Su obra se agigantó después de su muerte como le ocurre a cientos y cientos de artistas a lo largo de la historia.
Tal parece que no somos capaces de adelantarnos a nuestros propios prejuicios. Es raro en un ambiente en donde el arte parece estar siempre un paso adelante de la sociedad misma. Claro que siempre existen otros factores. En el caso de Paula, ser artista mujer era un obstáculo que sortear entre un mundo de hombres que veían a la mujer, y especialmente a la mujer artista, como un ser disminuido intelectualmente. ¿Cómo podían producir algo de calidad si su intelecto no se los permitía? Si seguían sosteniendo esas fantasías bien podían ser internadas en el manicomio acusadas de padecer lo que para su tiempo era una enfermedad moderna: egoísmo exacerbado, morboso y totalmente alejado de la realidad.
Por eso en las escuelas de arte los hombres iban a tomar clases gratis y las mujeres tenían que pagar. Una manera de decir que los hombres iban a trabajar para la posteridad y las mujeres iban a vacacionar. Y, obviamente, para disfrutar del privilegio del ocio, había que pagar. Ir más allá en cuanto a sus aspiraciones artísticas era tomado como una especie de histeria que había que tratar y erradicar.
Eso es lo que ocurrió cuando Paula acudió a la estancia para pintores de Worpswede. En un primer momento la idea era pasar unas dos semanas de vacaciones y de paso tomar algunas clases de pintura con Fritz Mackenzen (Nicki Von Tempelhoff) para de ahí dirigirse a París para buscar un trabajo de niñera. Parece que Paula encontró entre los antiguos alumnos de la Academia de Dusseldorf su inspiración y motivo para decidirse a pintar y superar a los mismos hombres que caminaban arrogantes entre sus atriles con miradas despectivas y soberbias o, en el mejor de los casos, eran llamadas para que sostengan sus paletas de color. No ocurrió eso con Otto Modersohn (Albrecht Schuch), un pintor que daba clases en la Academia y que fue cautivado por la manera de ver la realidad que tenía esa alumna nueva a través de sus enérgicos golpes de pincel sobre sus telas. Terminaron casándose y apoyándose mutuamente. Claro que el pensamiento machista de la época seguía con toda su fuerza y el mismo Otto era incapaz de ver el estilo innovador de su esposa. Paula cansada de tantos desprecios se va a París, lugar de reunión de artistas, como lo sería muchos años después en la segunda oleada de intelectuales que desembocaron en los años 20. Allí se reencuentra con su amiga de los tiempos de la Academia, Clara Westhoff (Roxane Duran) que trabaja en el taller de Rodin y que se había casado con Rilke. De hecho, uno de los retratos más conocidos del poeta alemán fue hecho por la misma Paula Becker en su taller.
Es así como el director Schwochow traza en su film la vida de esta pintora a través del trabajo estupendo de la actriz Carla Juri. Una actriz que trabajó en la película Blade Runner 2049 y que posee una gestualidad parecida a la de Audrey Taotou en el papel que realizó la actriz francesa para Amelie (2001).
Los paisajes y las locaciones son luminosas y bellas y el romanticismo del paisaje otoñal se ve enfrentado a la desolación y muerte del paisaje invernal, por ejemplo en donde Paula descubre a una de sus amigas muertas bajo el hielo. Una fotografía acorde con un film de estas características gracias a la lente sensible de Frank Lamm, nominado por este film al Premio del Cine Alemán a la Mejor Fotografía.
Paula es más que una película sobre el arte, es una película sobre la búsqueda de un sueño, de cómo ese sueño puede lograrse a pesar de las piedras puestas en el camino. Muchas de esas veces, los artistas no logran ver sus frutos en vida, pero para ellos lo importante es haberlo intentado. Morir con el arte impregnando cada poro de su cuerpo es lo mejor que les puede pasar. Es lo que hacía Paula antes de ponerse a pintar. Cuando los demás artistas comenzaban a retratar lo que tenían enfrente ni bien tenían el pincel o la carbonilla en la mano, Paula se tomaba su tiempo; un tiempo exasperante para los demás y que para ella era imprescindible para empaparse con el modelo: un símbolo, no una mera realidad, que sublimaba con su sentimiento, no con su intelecto, para volcarla finalmente en su lienzo. Cuando esto es así, cuando para los artistas lo que prima es esa gran fuerza interior, el tiempo les da la razón y sus obras toman el centro de la escena en un vaivén pendular que no cesa nunca.
Paula Becker fue aclamada en su momento, olvidada después, quizás porque tomó ímpetu la obra del poeta Rilke (interpretado por Joel Basman), las esculturas de Rodin o Camille Claudel, pero hoy vale la pena volver a ella. Una artista que inauguró una nueva manera de pintar, de mirar, de pensar. Su vida estuvo entre los preceptos que imperaban por aquellos tiempos no tan lejanos: ser madre (lo consiguió a los 30 años de edad) y ser artista (también lo consiguió, aunque no tuvo el tiempo necesario para desplegarlo en toda su magnitud. Según la biógrafa Ellen Oppler sus últimas palabras fueron ¡Qué lástima! Una verdadera lástima para alguien que pudo haber dado mucho más de sí. Aunque es cierto que siete años antes había escrito en uno de sus diarios una suerte de premonición: Sé que no voy a vivir mucho tiempo. ¿Pero esto es algo triste? ¿Una fiesta es mejor porque dura más tiempo?
Si bien la película de Mackensen se torna algo melodramática con la irrupción de un supuesto amante italiano que conoce en París —nunca documentado—, el film es necesario para admitir que siempre estamos subvalorando a cientos de genios que quedan en el olvido. Paula Becker-Modersohn fue uno de ellos. Aunque nos queda el consuelo de que a 130 años de su muerte, podemos apreciar la totalidad de su obra en el Museo Paula Modersohn-Becker en Bremen, Alemania; el primer museo en la historia dedicado íntegramente a una artista mujer.