Desfasajes de la vida y el arte Para todos los que conforman el rubro artístico la soledad y la incomprensión -por lo menos en las primeras etapas del desarrollo profesional- suelen ser moneda corriente por la sencilla razón de que el conjunto en cuestión de disciplinas casi siempre es visto a nivel del vulgo como el súmmum del trabajo improductivo, algo así como el extremo opuesto de la razón instrumental y la dialéctica de la explotación que motivan al capitalismo (lo que no quita que éste último desde tiempos lejanos le haya encontrado la vuelta al asunto y lo transforme en otra mercancía más). Al igual que la reciente y maravillosa Loving Vincent (2017), sobre la figura del malogrado Vincent van Gogh, Paula (2016) también se mete con el costado menos luminoso de la pintura y pone en evidencia por un lado el dolor detrás de las vejaciones y el ninguneo social que muchas veces padecen los artistas y por el otro los prejuicios de un mercado cultural endogámico, elitista, snob, arbitrario y muy poco abierto a la verdadera innovación y el quiebre formal, por más que se la pase jactándose de lo contrario en una hipocresía que se condice con la de todas las ramas del quehacer humano. En esta oportunidad la protagonista es Paula Modersohn-Becker, una pintora alemana fascinante y poco conocida más allá de su país natal. La mujer vivió a finales del siglo XIX y comienzos del XX, destacándose como una de las precursoras del expresionismo germano a través de una producción profundamente original que combinó elementos del impresionismo, el fauvismo, la pintura renacentista y hasta de los retratos del arte egipcio. La película articula la primera etapa de su carrera, centrada en sus vínculos con la colonia de artistas de Worpswede, y la segunda fase, cuando se muda a París para ampliar sus horizontes. Paula padeció a lo largo de toda su vida los prejuicios sociales para con las mujeres, empezando por su padre y siguiendo con la comunidad alemana, y a posteriori la aprensión en lo que respecta al carácter vanguardista de sus cuadros: Becker comienza a pintar de manera amateur en Worpswede, un enclave de la época de supuestos rupturistas en relación al academicismo que paradójicamente se muestran muy conservadores y no logran entender el arte no figurativo de su colega, a quien suelen descalificar rotundamente. Si bien su esposo pintor Otto Modersohn le ofrece un mínimo apoyo y la impulsa a seguir trabajando, la mujer eventualmente se cansa de un matrimonio no consumado de cinco años y se marcha a la capital francesa, donde entra en contacto con el acervo impresionista y se reencuentra con amigos del pasado, sobre todo la escultora Clara Westhoff y el poeta Rainer Maria Rilke. Retomando la comparación con Van Gogh, Modersohn-Becker vendió poco y nada en vida y el reconocimiento de la excelencia de su obra llegó mucho tiempo después de haber abandonado este mundo. El eje de la propuesta es la genial labor de Carla Juri en el rol de la protagonista: la actriz suiza, vista hace poco en las extraordinarias Brimstone (2016) y Blade Runner 2049 (2017), construye una mujer apasionada que abraza el éxtasis del gozo infantil tanto como la tozudez de los hombres y una inteligencia muy aguda que la hace soportar en silencio sólo hasta cierto punto las barrabasadas del período (imposición de cursos de cocina, una constante subordinación general frente a los varones e insultos varios de sus maestros en lo que atañe a la “incapacidad” de las mujeres de crear). De hecho, es esta sutileza combativa de Paula la que se traslada al opus de Christian Schwochow en su conjunto: la dimensión más interesante del film no es la más obvia, la que se corresponde a una posible lectura relacionada con esos panfletos feministas -tracción a jugar a seguro, apostando al terreno de lo políticamente ganado- que hoy están en todos lados, ya que lo verdaderamente destacable del convite es el análisis de las internas y contradicciones de aquel nacimiento de las vanguardias de principios del siglo XX y cómo algunas mujeres se acoplaron a dicho ámbito -aún hiper machista- gracias a la simple reproducción de la actitud por antonomasia de los hombres, centrada en decir que sí a todo y luego hacer lo que se desea sin pedir permiso ni aprobación a nadie. El guión de Stefan Kolditz y Stephan Suschke incorpora con astucia la premisa melodramática de fondo, léase “mujer hastiada de su matrimonio se autodefine saliendo a buscar aventuras”, para ir más allá del retrato de los sinsabores de una existencia atormentada y plagada de desfasajes, frente a los cuales Modersohn-Becker luchó con convicción y un envidiable desenfreno…
Contra la verdad del alma “Paula” es una especie de biopic de los últimos años de vida de la pintora Paula Modersohn-Becker, una de las más importantes representantes del expresionismo alemán del siglo XX. Está dirigida por Christian Schwochow (‘Al otro lado del muro’) y protagonizada por Carla Jury (“Blade Runner 2049” ), Albrecht Abraham Schuch (“Midiendo el mundo”) y Stanley Weber (“Violette”). Paula Modersohn-Becker, prácticamente desconocida fuera de Alemania, es la primera mujer que tuvo un museo dedicado enteramente a su obra. En Bremen, donde se encuentra ubicado, celebrarán el centenario de su muerte el próximo 21 de noviembre. Una muerte muy prematura, tenía solo 31 años, a consecuencia de una embolia, a los pocos meses de dar a luz a una niña exactamente como había temido su marido. En esta reconstrucción de los últimos años de la vida de Paula, precursora del expresionismo alemán, lo más destacado son el valor y la determinación con que ella creyó en su talento, cuando nadie más lo creía, y la forma en que intentó abrirse camino, mezclándose con la bohemia de la movida de un París de principios del siglo XX, que más parece una opereta en su reconstrucción -con grupos reducidos que cantan La marsellesa por las esquinas y parisinos que “hablan con acento alemán” (NouvelObs), al menos en la versión francesa- que la “ville lumière” donde Paula buscaba el reconocimiento que no conseguía en su país, y donde en un año encontró un amante y pintó las 750 obras que dejó al morir. Lo mejor de la película es el retrato social que Schwochow hace del ambiente artístico de la época focalizado en dos ambientes radicalmente opuestos: el de la colonia artística de Worpswede y el efervescente París de principios de siglo. En 1889 un grupo de jóvenes artistas alemanes que había decidido romper con el arte academicista y desmarcarse de sus obsoletos métodos de enseñanza, fundó en Worpswede, cerca de Bremen, a la manera de la escuela de Barbizón francesa, una colonia artística en el campo, donde poder trabajar al aire libre y reflejar en su obra la pureza de la naturaleza y sus gentes. Una declaración de intenciones artísticas marcadamente rebelde y abierta que contrastaba con su rancia mentalidad sexista. El ambiente que se respiraba en la colonia, según la película, era bastante machista. Se admitía a mujeres como alumnas, porque aseguraban el mantenimiento económico de la escuela, pero no se las trataba como a colegas e incluso se las despreciaba. Mackensen, el miembro más misógino del grupo (ya apuntaba maneras: en los años treinta no dudó en afiliarse al nazismo), ve la creciente cantidad de mujeres que acuden a ella como un desprestigio: “Ya verás Worpswede se convertirá en una escuela de mujeres”, dice en cierto momento. Paula es hostigada por su maestro por negarse “a representar la realidad tal como es”, que no duda en denostarla (“Las mujeres nunca podrán producir nada creativo, excepto hijos”) cuando no consigue su propósito. A la vez es compadecida por su marido (“Debes comprenderla. Tiene que ser complicado ser inteligente y ser mujer”) que la apoya con cierta condescendencia sin creer sinceramente en ella, en parte quizás porque tampoco entiende su arte. Sin embargo, la acción más despreciable y reaccionaria del grupo es cuando, agraviados por la osadía artística de Paula empeñada en mantener su vocación, se confabulan contra ella e intentan convencer a Otto para que la ingrese en un sanatorio mental. Si nos olvidamos de la angustia existencial de la protagonista, de su atormentada búsqueda interior, de la rotunda expresividad de su obra… quizás podamos disfrutar del novelesco retrato de la protagonista que nos ofrece el director en esta historia carente de originalidad (narrativa, estética y dramática) pero emocionalmente efectiva y visualmente hermosa, que busca la recreación más que la creación. “Paula” es la historia de una mujer que luchó con todas sus fuerzas por emanciparse en una sociedad paternalista y muy conservadora; una mujer también caprichosa y egoísta, que consiguió llegar a la meta que se había marcado aunque apenas tuvo tiempo para disfrutarla.
Paula, de Christian Schwochow Por Mariana Zabaleta Tempestad e ímpetu, ¿quién sino para oponerse a la férrea jaula del racionalismo? Paula rebelde genia creadora, como una tormenta arrasa con todo a su paso. El final de semejante tempestad no puede dejar de ser menos trágica. Paula Modersohn Becker fue un vórtice del cambio de siglo. Todo el esplendor de aquella época, vista bien de cerca, tiene su barro. El director Schwochow maneja con gran soltura esta faceta “nocturna” de las vanguardias, conjugándola con una biografía de artista y época que dialogan recíprocamente, mostrando sus trasparencias y opacidades. Los motivos clásicos del casamiento, el romance y la amistad juvenil están presentes, pero solapados con la búsqueda de una identidad única y artística como la de Paula. Tensiones sobre el ser mujer en un campo de hombres están presentes en el relato, el naturalismo con el que son tratados estos temas es una de las mayores virtudes del relato. Estas tensiones parecen presentes en toda época, su resolución ha involucrado instituciones (la sombra del manicomio persigue a Paula durante gran parte del film), pero dos motivos parecen conjugarse como núcleo del drama: la maternidad y el genio creador. El juego con estos dos motivos es la puesta más arriesgada del guion, el centro de una personalidad compleja se debate en la expresión de la creación. Un cuerpo plenamente sensible clama por captar las sombras de la realidad y convertirlas en fulgor. El expresionismo es la pincelada violenta que dispara, sin temor, toda la magnitud del color. Alejada de las academias, las búsquedas de Paula encuentran sus musas en la sórdida y gris vida de los campesinos más pobres. La labor de Carla Juri se destaca, sobre el comienzo el naturalismo de sus gestos confunde, luego entendemos que la interpretación es orgánica a la puesta del personaje, extraña y entrañable mezcla de inocencia y pasión. A lo largo de los 123 minutos que dura el film no dejamos de asombrarnos la excelente puesta en escena, una recreación colorida y plástica que a pesar de su extremo barroquismo fluye con gran soltura en la pantalla. Sin duda titánica empresa que se resuelve con evidente hermosura. PAULA Paula (Alemania/ Francia, 2016). Dirección: Christian Schwochow. Guión: Stefan Kolditz y Stephan Suschke. Elenco: Carla Juri, Albrecht Schuch, Roxane Duran, Joel Basman, Stanley Weber, Michael Abendroth, Bella Bading, Laura Bartels, Guido Beilmann, Vera Lara Beilmann. Producción: Christoph Friedel, Ingelore König y Claudia Steffen. Distribuidora: Mirada Distribution. Duración: 123 minutos.
Una pintora en un mundo de hombres. “Las mujeres no pueden ser pintoras”, afirma rotundamente el padre de Paula Modersohn-Becker –cuyos trazos son hoy considerados uno de los primeros rayos del sol expresionista– cuando apenas ha transcurrido un minuto y medio del último largometraje del alemán Christian Schwochow. Le seguirá el golpe seco sobre la mesa de un lienzo enmarcado y el rostro desafiante de la actriz Carla Juri (hija dilecta de la ciudad suiza de Locarno), quien bajo los ropajes de la artista afirmará algo más tarde que “tres buenas pinturas y, quizás, un hijo” encarnan todo aquello que desea legar al mundo antes de que llegue la hora de su muerte. Con ese punto de partida tan elemental como sutilmente demagógico, la Paula de Schwochow confirma algunas de las virtudes y evidencia aún más los problemas de su anterior Westen, el retrato de una madre y su peligroso cruce de la Alemania comunista hacia el otro lado del muro. Las instancias tempranas durante los años de estudio en la famosa colonia artística de Worpswede –inmortalizada por el poeta Rainer Maria Rilke en una de sus obras–, con el más rígido de los profesores alterando el control creativo de las pocas estudiantes mujeres allí presentes, vuelven a subrayar esa frase terminante del inicio: corren los primeros meses del siglo XX, es un mundo de hombres y las señoritas deben contentarse con el caballete y los pinceles como berretín de clase acomodada, un simple pasatiempo. Esa será la idea rectora de gran parte del relato. Y, por supuesto, la rebelión de la heroína, que bien podría resumirse con un término que hoy resulta ubicuo: la silenciosa y no siempre efectiva lucha contra el patriarcado. Difícil estar en desacuerdo con las actitudes reactivas de la protagonista, en particular luego de cinco años de vivir a la sombra de un marido –el también pintor Otto Modersohn– que en algún momento confesará no haber “consumado el matrimonio” por miedo a perder a su mujer en el parto (¡un Freud a la derecha!). De allí a París, lejos del conservadurismo paisajista del entorno alemán, rodeada de estímulos creativos, pero también atada al dinero enviado por su pareja regularmente, única fuente de ingresos económicos. En el bloque central del largometraje se juegan algunas de sus bondades, cuando las cosas dejan de ser sencillamente blancas o negras y los matices comienzan a teñir a los personajes: Paula puede llegar a ser excesivamente egoísta, al punto de dañar innecesariamente a otros, y Otto mucho más comprensivo y amable de lo que podía intuirse. Mientras tanto, comienza a rendir sus frutos el proceso creativo, que Schwochow no idealiza, pero tampoco transforma en un trámite narrativo. Luego llegarán la epifanía, el regreso al terruño y los últimos minutos de película, que recorren la desafortunada enfermedad que terminó con la vida de Modersohn-Becker a la edad de 31 años, luego de dar a luz a una niña y legar al mundo un poco más que tres buenas pinturas. Los convencionalismos del biopic al uso que atraviesan Paula (la simplificación de temas y emociones, el abuso de la reconstrucción de época, una rutilante fotografía de tonos pastel) son equilibrados por situaciones de dramatismo inspirado y por el hecho de que el film, en líneas generales, logra escaparle a la idea del Arte con mayúsculas como tótem indiscutible. Aunque no así al concepto del artista doliente enfrentado a la incomprensión de su tiempo. Para la reflexión luego de la proyección: la representación de una artista de ruptura en un ambiente tradicionalista -y, por lo tanto, su lucha creativa consigo misma y con el statu quo- es puesta de relieve por una película narrativamente convencional. Nueva confirmación de que en las artes plásticas el paso del tiempo legitima (hoy las “narices como picos y rostros idiotas” de Paula son admirados en los museos), pero al cine como arte popular se le sigue demandando una precisa construcción psicológica, transparencia en sus intenciones y la obligación de ser entretenido. O, a menos, eso dicen.
Carla Juri interpreta a la pintora Paula Modersohn-Becker, pionera del expresionismo alemán en tiempos dominados por los prejuicios y el machismo. Apenas dos semanas después ese homenaje-retrato de Vincent Van Gogh llamado de Loving Vincent, llega a la cartelera argentina otra película centrada en los avatares más oscuros de la pintura. Avatares en los que el machismo y los prejuicios sociales derivados de los parámetros estancos del arte son moneda corriente. El título es Paula y la figura, Paula Modersohn-Becker. Nacida en Dresde en 1876, la pintora realizó al menos 750 lienzos, 13 estampas y cerca de un millar de dibujos en apenas 31 años de vida. Con el tiempo fue la primera mujer en tener un museo dedicado a su obra en Europa, convirtiéndose en una de las grandes referentes de la primera etapa del expresionismo alemán. La primera parte del film de Christian Schwochow muestra los inicios de Modersohn-Becker en una escuela donde profesores y compañeros descreen de su talento. Lo mismo que su padre, dispuesto a todo con tal de que trabaje. Los planos elegantes, cierta solemnidad en los diálogos y el regodeo en el diseño de arte y el vestuario decimonónico preludian una biopic al uso plagada de lugares comunes. Y es cierto que algo de eso hay en las dos horas de metraje, pero también que a medida que la protagonista adquiere contornos y gramaje el asunto se vuelve más interesante. Una vez instalada en París, después de divorciarse de su marido, un pintor exitoso y viudo, Paula -película y personaje- ajusta su sintonía fina. La historia se despoja de su aura melodramática y se adentra en el terreno de la disputa por la instalación de un canon artístico. La lucha de Paula es, pues, tanto una reivindicación de género como de la libertad creativa, aun cuando el costo sea la propia vida.
Paula: una artista avanzada a su tiempo Paula tiene un mérito: dar luz sobre la vida y obra de una de las pintoras pioneras del arte moderno y antecedentes del expresionismo pictórico. Durante catorce años, Paula Becker pintó más de 750 óleos y realizó más de 1000 dibujos, obras que hoy se conservan en un museo que lleva su nombre en la ciudad alemana de Bremen. Su muerte temprana, a los 31 años y luego de dar a luz a su única hija, marcó el final de su vida creativa en plena ebullición de las vanguardias que cambiarían las artes para siempre. La película de Christian Schwochow tiene conciencia de ese mundo vasto que tiene por delante: la incorrección de Paula con su tiempo, sus deseos como artista, su amor por el paisajista Otto Modersohn, su etapa de descubrimiento en París. Sin embargo, su estricta cronología peca de corrección y deviene en un problemático divorcio entre su figura creativa y el tiempo en que se forma. Aparecen, sí, su intenso vínculo con Rilke, su protofeminismo, su resistencia a pensar la pintura como mera reproducción de la realidad. Pero todo demasiado sumergido en un preciosismo visual que aleja a la película de ese espíritu refractario de la pintora. Su gran acierto es poner en escena la desesperación del incomprendido, ese sentimiento que nace del arte imperfecto para los cánones de la época, reflejo de ese estado de zozobra interna que sólo se alcanza cuando todo parece perdido.
Una pintora en un mundo machista La vida de Paula Modersohn-Becker, exponente temprana del expresionismo en Alemania. El nombre de Paula Modersohn-Becker es poco conocido fuera de Alemania, pero esta pintora, que vivió entre fines del siglo XIX y principios del XX, fue una de las exponentes tempranas del expresionismo en su país y, además, la primera mujer con un museo enteramente dedicado a su obra. En Paula, una biopic tan instructiva como convencional, Christian Schwochow traza un exhaustivo retrato de la artista y de su época. Eran años en los que una mujer no tenía muchas más opciones que el matrimonio y la maternidad, y ser artista era algo completamente impensable: la película pone el acento en el machismo imperante en esos tiempos en los que la dependencia de los hombres por parte de las mujeres era casi total. Paula cumplió con el mandato de casamiento, pero tuvo el tino de enamorarse de un pintor (el paisajista Otto Modersohn) que le permitió continuar con su actividad. La fotografía es uno de los puntos altos de Paula, con numerosas escenas bucólicas que bien podrían ser cuadros (aunque antes pintados por su marido que por ella: Schwochow no trató de imitar el estilo pictórico de Modersohn-Becker). La narración es clásica, no toma demasiados riesgos y por momentos cae en los lugares comunes de las historias de artistas incomprendidos, pero la peculiar personalidad de la protagonista hace que el interés no desaparezca y la trama resulte imprevisible. Otro ingrediente que suma es el contexto: esos cautivantes años de bohemia -Rainer Maria-Rilke, por ejemplo, es uno de los personajes secundarios- previos a la Gran Guerra, cuando en Europa germinaban los movimientos que pondrían el arte, y el mundo, patas arriba.
El director Christian Schwochow le rinde homenaje a la vida y obra de la pintora alemana Paula Modersohn Becker en Paula, un retrato emocionante sobre la emancipación artística y la lucha por la libertad creativa en un terreno machista y conservador. “Vamos a hablar sobre tu futuro. Tenes 24 años. Necesitás un plan que no sea demasiado extravagante. Podés encontrar un marido y pintar por placer si él lo permite, o podés encontrar un trabajo como maestra o institutriz. Nunca harás nada extraordinario como artista. Una mujer no puede ser pintora.” El año es 1901 y estamos en Alemania. La joven que escucha este discurso paterno no está de acuerdo con estas declaraciones y realmente cree que su destino es pintar. Su nombre es Paula Modersohn-Becker y fue, sin lugar a dudas, una artista pionera que vio más allá de la realidad. Una rebelde incomprendida que no creía en las normas establecidas y que se enfrentó a los hombres en un terreno completamente conservador: el arte. Y, a pesar de todo, se convirtió en la primera mujer en tener un museo dedicado exclusivamente a ella. El poco tiempo que tuvo lo aprovechó para pintar más de setecientos cincuenta lienzos y cerca de un millar de dibujos. El film retrata el paso de Paula (Carla Juri) en la academia Worpswede, cerca de Bremen, donde se le corrige su modo de pintar porque según su profesor: “la pintura ha de ser fiel a la realidad”. Allí se enamora de Otto (Albrecht Schuch), un colega recientemente viudo y con una pequeña hija. Se casan e inician una vida en común que resulta tediosa en todos los aspectos. En medio de una tensa convivencia y una rutina monótona, Paula acepta la invitación del poeta Rainer Maria Rilke (Joel Basman) de marchar a París. Finalmente se enfrenta a su esposo y le reprocha que en cinco años de matrimonio no hayan tenido relaciones sexuales. En la Ciudad Luz Paula encuentra la libertad que tanto anhelaba, aunque económicamente sigue dependiendo de Otto. Las presiones son muy fuertes y recibe la amenaza de que pueden llevarla a un psiquiátrico bajo el diagnóstico de histeria femenina. Un excelente ejemplo de los mecanismos históricos de dominación y marginación para las mujeres. Otto decide viajar y acompañarla. Este encuentro trae consigo un nuevo comienzo y otra realidad que enfrentar. Bajo la gran dirección de Schwochow, la vida de Paula se resume en un film combativo y que resulta un aporte valioso para la lucha feminista. Paula sufrió la marginación de pintora por el solo hecho de ser mujer y al mismo tiempo sufrió por ser una esposa mantenida a quien se le negó la maternidad por considerarla inmadura. Ni profesional, ni sentimental, ni sexualmente, ni en la maternidad pudo realizarse. Pero sí creía en la igualdad. En una sociedad machista, donde los padres adoctrinaban a sus hijas a convertirse sólo en esposas y luego madres, Paula trataba de ser pintora cuando se concebía como profesión para los hombres y como dedicación en ratos libres para las mujeres. “Las mujeres nunca producirán algo creativo excepto hijos”, le afirmaban sus colegas hombres. El hecho de que el arte sea también protagonista de la historia ayuda a que la película sea muy visual y esté impecablemente fotografiada por Frank Lamm. Principalmente los paisajes de la comunidad alemana de Worpswede que inspiraron a tantos. Otro punto que se destaca es la excelente interpretación de la actriz suiza Carla Juri que capta con mucha naturalidad el carácter fuerte y el espíritu libre de Paula.
La suiza Carla Juri se pone en la piel de la pintora alemana Paula Becker, una artista que rompió estereotipos y luchó contra el machismo a comienzos del siglo XX. Paula y los otros La película cuenta la historia real de la artista plástica Paula Becker, la primera pintora en tener su propio museo. Pero antes de que su obra fuera reconocida, luchó contra una sociedad en la que la mujer era mero adorno con el destino de madre como único posible. Cuando asiste a una colonia de arte durante el verano, Paula conoce a pintor Otto Modersohn, quien promete ser su alma gemela creativa. Sin embargo, su obra sigue siendo denostada por todos y su condición de mujer solo empeora las cosas. Cansada de una vida infértil, Paula viaja a París, donde el ambiente artístico de la época es más afín a sus aspiraciones. ‘Paula’, rompiendo esquemas Con una dirección de arte maravillosa, la película llega a un resultado equilibrado a lo largo del metraje. El director Christian Schwochow entrega un film sin grandes sobresaltos pero con un ritmo justo que te va llevando. Lo tradicional vs lo rupturista se presenta como tema central del relato, no solo por el estilo artístico de la protagonista sino también por sus propias ambiciones. Sí, porque hay épocas en que cierta ambición puede ser rupturista. Carla Juri está espléndida, fresca y creíble como esta mujer de convicciones firmes y espíritu libre. Porque no se trata de la clásica heroína rebelde, sino de una joven que en algún punto sigue las convenciones de la época y no pretende romperlas en términos personales, pero que está decidida a hacerse valer como artista. Si te gustan las películas de época y/o las biopics inspiradoras sobre mujeres, seguramente disfrutes de este film alemán, con una historia que vale la pena conocer. Puntaje: 7/10 Duración: 123 minutos País: Alemania Año: 2016
Biopic sobre la pintora Paula Modersohn-Becker, pionera del expresionismo, en la Alemania de fines del siglo XIX. Tiempos en los que no era habitual que las mujeres eligieran una vida dedicada al arte ni mucho menos libre de presiones y mandatos de maternidad y casamiento. El director Christian Schwochow quiere dejar claras las intenciones vindicatorias de esa temprana lucha por las libertades femeninas que encarnó su biografiada, y es en ese afán por transmitir un mensaje que Paula se siente algo didáctica. En su estructura, no se distancia demasiado de una biopic clásica, académica, de principio-desarrollo-fin. Pero el muy buen trabajo de Carla Juri -vista en Blade Runner 2049- consigue soplar vitalidad al acartonamiento y hacer de su Paula un personaje que interese seguir a lo largo de dos horas.
Es la historia de la pintora Paula Becker, que a principios del siglo XX rechazó todas las convenciones establecidas, para ser una adelantada a su época, por creer firmemente en su talento aunque el mundo de los hombres la condenaba y porque deseba para ella “mi vida será una fiesta”. En sus 14 años de vida activa como pintora dejo 750 cuadros, más de mil dibujos, tiene un museo dedicado a ella y los especialistas ven en su pintura aspectos que mezclan el impresionismo de Cézanne, el cubismo de Picasso, el arte jampones, el fauvismo, el renacimiento alemán. Pero el film del director Christian Schwochow, con guión de Stefan Kolditz y Stephan Suschke no se detiene solo en los datos biográficos y se explaya en la ideología de la época. Los pintores tradicionalistas que la rodeaban primero como profesores y luego como su marido y sus amigos, consideraban que las mujeres solo podían tener un acto creativo en la vida, parir hijos y que nunca podrían expresarse como pintoras. Además de condenar un estilo que no respetaba a rajatabla reproducir la realidad. Pero el machismo tradicional también tenía soluciones para esposas rebeldes, como Paula que ahogada por su ambiente se va a estudiar a Paris y luego decide abandonar a su marido, encerrarlas en un manicomio especializado en mujeres histéricas. Su experiencia en Paris fue dura y fundamental, descubrir el amor, pero por sobre todo aprender de otros maestros, sentirse valorada. Carla Juri realiza un trabajo de gran entrega como esa Paula llena de vida, talento y espíritu libre, que le valieron muchos premios.
Una artista pionera "Paula", de Cristian Schwochow, refiere la vida, pasión, locura y tardía felicidad de la pintora Paula Modersohn Becker, un espíritu fuerte que se adelantó a su época, resistió las pautas "machistas" de la sociedad, cambió la estabilidad de Worpswede por la bohemia de Paris, agotó paciencia y dineros del padre y del marido, y logró la mayoría de sus sueños. El que más le importaba, sin embargo, le resultó algo mezquino. Ambientada entre 1900 y 1907, la película describe la etapa más importante de su vida, la de los grandes cambios personales, apoyándose para ello en una actriz llena de matices y energía, Carla Juri, capaz de encarnar la inocencia feliz de una chiquilina como el irritable egoísmo de la mujer obsesionada por su proyecto, al punto de volverse injusta con quienes la soportan. Otro apoyo, la exquisita fotografía de Frank Lamm.
Muchas veces las biopics omiten contextualizar la narración en un marco que además de hablar de la vida y obra de tal o cual artista, permita ir más allá, como en este caso lo hace “Paula” (2016), basada en la complicada existencia de Paula Modersohn-Becker, una mujer que siguió adelante a pesar de todo. Christian Schwochow logra exponer, de manera notable, los pasos de esta joven que viajó desde Worpswede a París para cumplir con su sueño de convertirse, a pesar de todo, en una de las primeras mujeres en ser reconocida por su talento. Dividida en dos partes, una inicial en donde las posibilidades presentan el lienzo en blanco sobre el cual el gran despliegue puede llegar a hacerse realidad, y una final en donde la configuración de la identidad de Paula, claramente, marca el rumbo de la narración. “Paula” busca demostrar cómo el empeño por reflejar de manera original su mirada sobre el mundo que la rodeaba, un mundo que debía ser mostrado, para ella, sin estridencias y mucho menos filtros, terminó siendo la marca distintiva de la artista que dejó cientos de cuadros en legado. Decidida a lograr particularismos que la distingan, comenzó a relacionarse con las clases más bajas, y de ellas capturó la esencia de sus almas, almas que buscaban más que lo efímero del aura de los cuadros, un pedazo de pan, al menos, para subsisitir. Y entre las contradicciones de la mujer, el mandato de su marido, Otto Modersohn, de sí o sí mantenerse a su sombra, y la pasión que encontrará en la ciudad luz junto a una artista, “Paula” va tejiendo su relato sutilmente. Pocas veces el cine ha logrado llevar a la pantalla el proceso creativo sin caer en estereotipos y lugares comunes, y aquí, Schwochow, puede llevar adelante la tarea gracias a la gran composición de Carla Juri (vista recientemente en “Blade Runner 2049”), quien dota de una entidad única al personaje. Los detalles con los que configura el mundo de la artista, desde las pinceladas toscas y hoscas, a los encuentros furtivos amorosos en los que consigue comenzar a realizarse como mujer, principalmente, Juri transmite la ira contenida por esta mujer que fue incomprendida en su época. El director ubica a los personajes en espacios abiertos, excepto cuando la intimidad del matrimonio o la pequeña habitación de París requiere ser utilizada, y eso también posibilita el “aire” que posee la producción. El hábil guion de Sthephan Suschke y Stefan Kolditz, además, hablan de una época en la que sólo los hombres eran los que dictaminaban el ingreso al mundo del arte, sin importar la calidad de las obras presentadas. Película que le hace honor al personaje, “Paula” puede ser un homenaje tardío (uno más) para una mujer que terminó luchando hasta el último aliento para que sus esfuerzos sean reconocidos, y que, principalmente, supo hacer de sus impulsos un camino de pasión y lograda dedicación.
MUCHA BELLEZA Y POCA POESÍA La particularidad de mostrar la biografía de una artista mujer puede generar una expectativa alta. Sumado esto a que la pintora Paula Bekker, de quien hace referencia el film, tuvo una corta vida que transcurrió durante el Siglo XX. Su contexto histórico la vincula con la lucha por la emancipación de las mujeres. Aunque no establezca de una forma organizada la búsqueda de igualdad de derechos para la mujer, sus actos marcan una rebeldía hacia las costumbres de la época. Estos aspectos hacen que esta artista poco conocida resulte interesante. A pesar de su potencial aporte, Paula no logra explotar su contenido, ni el impacto de su bellísima fotografía. Las actuaciones son un gran problema. Empezando por la protagonista, se puede marcar una labor hiperbólica y poco verosímil. Este flojo desempeño surge como resultado de escenas y diálogos estereotipados. No hay un guión fuerte. Los personajes repiten frases trilladas y eso hace que pierda particularidad y gracia. La fotografía es realmente atractiva. No solamente se explotan los paisajes, sino que cada espacio toma una gran impronta. Pero al no estar vinculada con el contenido, no se explota del todo. En películas como Renoir, la fotografía trasmite el estilo y las técnicas que el pintor utiliza. En este caso es todo lo contrario. Se elige una fotografía muy bella pero que no profundiza ni habla sobre la pintora. Y quizás peor, porque elige una forma de contar muy distinta a sus criterios como artista. Incluso los desnudos, aun no siendo eróticos, tampoco logran mostrar una rebeldía artística. Seguramente influye en esto que se elija una actriz que poco se parece a la pintora y que responde a prototipos de belleza femenina establecidos. La biografía de Paula Bekker responde muy poco a la esencia de la pintora. Aun pareciendo difícil poder saber cuál era su “esencia”, hay documentos que acreditan algunos de sus valores como son sus cuadros. Lo cierto es que el film no responde a estos criterios. Es así como Paula termina siendo un mero recuento cronológico en el que no logra relucir ningún aspecto de su vida. Así como su condición de artista está trabajada de forma vaga, su vida amorosa y su rebeldía social parecen un juego poco creíble dado la época.
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Muestra los momentos más importantes de una mujer, que además es artista, una verdadera luchadora como lo fue la pintora Paula Becker (1876-1907). A lo largo del metraje vemos el profesionalismo de esta artista, las dificultades que debió afrontar, las ambiciones, el encuentro y una linda amistad con la artista Clara Westhoff (Roxane Duran) y el poeta Rainer Maria Rilke (Joel Basman). En 1900 mantiene una linda relación amorosa con quien se casa, el pintor y paisajista alemán Otto Modersohn. Pasan algunos años y decide viajar sola a Paris donde puede progresar rompiendo todas las tradiciones. Pero ella murió muy joven a los 31 años. Dentro de la cinta se destaca: la fotografía, el diseño de producción, el diseño de vestuario y maquillaje y una recreación de la época excelente. Uno de los problemas se encuentra en el ritmo que por momentos es pausado y le sobran algunos minutos.
IRREVERENCIA FEMENINA “Hablemos de un plan y no sólo de una aventura. Tenés 24 años y no podés vivir sólo el momento”. Las palabras del padre al inicio de la película dan cuenta del espíritu de Paula Becker: independiente, decidido, rebelde, audaz, innovador, libre y en la búsqueda de su propia identidad artística; un espíritu que desafía los presupuestos machistas y esquemáticos de un mundo donde las mujeres deben casarse y pintar si a los maridos no les molesta o limitarse a concebir hijos como única posibilidad creativa; mientras que en el campo artístico son menospreciadas, necesitan tener dinero para afrontar los gastos de los estudios y realizan tareas menores. Incluso, Becker tiene que lidiar con Fritz Mackensen, un mentor que sólo valida la representación de la realidad tal cual es y califica al resto como garabatos de aficionado. Frente a este universo resistente a su técnica y percepción de las cosas, la joven alemana se apoyará en tres personas que conoce en la colonia de artistas de Worpswede: la escultora Clara Westhoff, quien también busca demostrar su genio creador; el poeta Rainer María Rilke, uno de los pocos que cree en ella y compra algunas de las obras y Otto Modersohn, también pintor y futuro marido. La relación de Becker con cada uno de ellos irá mutando entre la complicidad, el entusiasmo, el disgusto y la irritación, sobre todo, durante su estadía en París. El director Christian Schwochow trabaja las diferentes referencias de la artista en conjunto con la puesta en escena del filme. Al comienzo se perciben numerosos resabios del romanticismo, en particular en la escena del bosque envuelto en niebla, mientras que a medida que avanza el metraje se manifiesta otra paleta de colores, tal vez, más ligada al impresionismo como el momento en el que está en el bote, hay espacios más abiertos y luminosos. De la misma manera, el director evidencia las transformaciones en su bastidor alentadas por nuevos estudios y el reconocimiento de algunos artistas en el viaje a París. Otro tema significativo en Paula es la maternidad. Durante la estadía en Worpswede, la joven le confiesa a Westhoff que desea realizar tres cuadros importantes y tener un hijo. Este anhelo pronto se torna en un conflicto matrimonial debido a la falta de relaciones sexuales y, por ende, la imposibilidad de quedar embarazada. Si bien es una de las razones por las que Becker emprende la travesía, también le otorga más libertad a la hora de convivir y mostrarse en la ciudad bohemia, pero al mismo tiempo se perpetúa como una esperanza latente. La prueba de ello es el cuadro Autorretrato en el sexto aniversario de boda, donde luce una postura de embarazo, aunque no sea tal. Después de tanto luchar para generar una voz propia en el circuito artístico y sin poder ver los resultados por una temprana muerte a los 31 años, el museo Paula Modersohn- Becker fue el primero en el mundo en dedicarse a la obra de una mujer. No fueron tres cuadros y un hijo, sino alrededor de 750 lienzos, más de mil dibujos y una hija; un plan superador. Por Brenda Caletti @117Brenn
¿Cómo era ser artista a principios de siglo XX? Para el hombre: ser poseedor de un espíritu sensible, de un alma iluminada y producir muestras de admiración entre sus pares y en la sociedad en que se desenvolvían. Para la mujer: una pérdida de tiempo, una lucha de clase y de sexo y promover una rebeldía que chocaba contra los preceptos básicos de su existencia: ser esposa y madre. - Publicidad - Para reinvindicar en parte las injusticias de una época en donde la mujer que leía, escribía o pintaba era mal vista, el director alemán Christian Schwochow logra invertir el foco y la visibilidad de los protagonistas de una historia ocurrida en 1893, en Bremen, Alemania. Para ello, realza la figura de Paula Becker por sobre la de Rainer Maria Rilke, Auguste Rodin y Camille Claudel, que tuvieron la suerte de convivir en aquellos años. Si bien con el paso del tiempo la figura de estos artistas se afianzaron dentro del panorama cultural a través de sus obras, antes de eso, la pintora Paula Becker había sido reconocida luego de su muerte para luego caer nuevamente en el olvido. Por eso es importante esta película, para exponer a la gran Paula Becker, una de las representantes más precoces del expresionismo alemán, bajo la luz de nuestros días. A Paula solo le bastó catorce años para producir más de 700 lienzos y un millar de dibujos y bocetos. Murió muy joven, a los 31 años de edad, víctima de una embolia pulmonar. No fue famosa en vida y tal como pasó con Vincent Van Gogh, vendió solo un par de pinturas a algunos familiares y amigos. Su obra se agigantó después de su muerte como le ocurre a cientos y cientos de artistas a lo largo de la historia. Tal parece que no somos capaces de adelantarnos a nuestros propios prejuicios. Es raro en un ambiente en donde el arte parece estar siempre un paso adelante de la sociedad misma. Claro que siempre existen otros factores. En el caso de Paula, ser artista mujer era un obstáculo que sortear entre un mundo de hombres que veían a la mujer, y especialmente a la mujer artista, como un ser disminuido intelectualmente. ¿Cómo podían producir algo de calidad si su intelecto no se los permitía? Si seguían sosteniendo esas fantasías bien podían ser internadas en el manicomio acusadas de padecer lo que para su tiempo era una enfermedad moderna: egoísmo exacerbado, morboso y totalmente alejado de la realidad. Por eso en las escuelas de arte los hombres iban a tomar clases gratis y las mujeres tenían que pagar. Una manera de decir que los hombres iban a trabajar para la posteridad y las mujeres iban a vacacionar. Y, obviamente, para disfrutar del privilegio del ocio, había que pagar. Ir más allá en cuanto a sus aspiraciones artísticas era tomado como una especie de histeria que había que tratar y erradicar. Eso es lo que ocurrió cuando Paula acudió a la estancia para pintores de Worpswede. En un primer momento la idea era pasar unas dos semanas de vacaciones y de paso tomar algunas clases de pintura con Fritz Mackenzen (Nicki Von Tempelhoff) para de ahí dirigirse a París para buscar un trabajo de niñera. Parece que Paula encontró entre los antiguos alumnos de la Academia de Dusseldorf su inspiración y motivo para decidirse a pintar y superar a los mismos hombres que caminaban arrogantes entre sus atriles con miradas despectivas y soberbias o, en el mejor de los casos, eran llamadas para que sostengan sus paletas de color. No ocurrió eso con Otto Modersohn (Albrecht Schuch), un pintor que daba clases en la Academia y que fue cautivado por la manera de ver la realidad que tenía esa alumna nueva a través de sus enérgicos golpes de pincel sobre sus telas. Terminaron casándose y apoyándose mutuamente. Claro que el pensamiento machista de la época seguía con toda su fuerza y el mismo Otto era incapaz de ver el estilo innovador de su esposa. Paula cansada de tantos desprecios se va a París, lugar de reunión de artistas, como lo sería muchos años después en la segunda oleada de intelectuales que desembocaron en los años 20. Allí se reencuentra con su amiga de los tiempos de la Academia, Clara Westhoff (Roxane Duran) que trabaja en el taller de Rodin y que se había casado con Rilke. De hecho, uno de los retratos más conocidos del poeta alemán fue hecho por la misma Paula Becker en su taller. Es así como el director Schwochow traza en su film la vida de esta pintora a través del trabajo estupendo de la actriz Carla Juri. Una actriz que trabajó en la película Blade Runner 2049 y que posee una gestualidad parecida a la de Audrey Taotou en el papel que realizó la actriz francesa para Amelie (2001). Los paisajes y las locaciones son luminosas y bellas y el romanticismo del paisaje otoñal se ve enfrentado a la desolación y muerte del paisaje invernal, por ejemplo en donde Paula descubre a una de sus amigas muertas bajo el hielo. Una fotografía acorde con un film de estas características gracias a la lente sensible de Frank Lamm, nominado por este film al Premio del Cine Alemán a la Mejor Fotografía. Paula es más que una película sobre el arte, es una película sobre la búsqueda de un sueño, de cómo ese sueño puede lograrse a pesar de las piedras puestas en el camino. Muchas de esas veces, los artistas no logran ver sus frutos en vida, pero para ellos lo importante es haberlo intentado. Morir con el arte impregnando cada poro de su cuerpo es lo mejor que les puede pasar. Es lo que hacía Paula antes de ponerse a pintar. Cuando los demás artistas comenzaban a retratar lo que tenían enfrente ni bien tenían el pincel o la carbonilla en la mano, Paula se tomaba su tiempo; un tiempo exasperante para los demás y que para ella era imprescindible para empaparse con el modelo: un símbolo, no una mera realidad, que sublimaba con su sentimiento, no con su intelecto, para volcarla finalmente en su lienzo. Cuando esto es así, cuando para los artistas lo que prima es esa gran fuerza interior, el tiempo les da la razón y sus obras toman el centro de la escena en un vaivén pendular que no cesa nunca. Paula Becker fue aclamada en su momento, olvidada después, quizás porque tomó ímpetu la obra del poeta Rilke (interpretado por Joel Basman), las esculturas de Rodin o Camille Claudel, pero hoy vale la pena volver a ella. Una artista que inauguró una nueva manera de pintar, de mirar, de pensar. Su vida estuvo entre los preceptos que imperaban por aquellos tiempos no tan lejanos: ser madre (lo consiguió a los 30 años de edad) y ser artista (también lo consiguió, aunque no tuvo el tiempo necesario para desplegarlo en toda su magnitud. Según la biógrafa Ellen Oppler sus últimas palabras fueron ¡Qué lástima! Una verdadera lástima para alguien que pudo haber dado mucho más de sí. Aunque es cierto que siete años antes había escrito en uno de sus diarios una suerte de premonición: Sé que no voy a vivir mucho tiempo. ¿Pero esto es algo triste? ¿Una fiesta es mejor porque dura más tiempo? Si bien la película de Mackensen se torna algo melodramática con la irrupción de un supuesto amante italiano que conoce en París —nunca documentado—, el film es necesario para admitir que siempre estamos subvalorando a cientos de genios que quedan en el olvido. Paula Becker-Modersohn fue uno de ellos. Aunque nos queda el consuelo de que a 130 años de su muerte, podemos apreciar la totalidad de su obra en el Museo Paula Modersohn-Becker en Bremen, Alemania; el primer museo en la historia dedicado íntegramente a una artista mujer.
Paula pertenece al género de la Biopic puesto que está basada en la vida de la artista plástica Paula Modersohn-Becker. No sólo explora en la vida de esta mujer, sino que además expone el orden patriarcal del contexto histórico como así también dentro del campo artístico. En dicho sentido, el filme expone con inteligencia lo complicado que era para las mujeres artistas decidir no sólo qué tipo de temáticas o estilos plasmar en sus obras, sino también la dificultad a la hora de formarse academicamente. Desde los inicios de las academias artísticas, éstos eran lugares restringidos a mujeres, en un primer momento solo eran artistas aquellas mujeres que eran hijas de artistas y luego sólo a éstas se les permitía estudiar en la academia de arte. Aún así no podían retratar desnudos y sus modelos vivos eran niños, nunca hombres adultos. El filme muestra como Paula era una transgresora en todos los sentidos tanto desde el mundo social como desde el rol de la mujer en el campo artístico e incluso con su estética pictórica que era totalmente innovadora para la época por no ser mimética y representativa de la realidad.