"Paula", de Florencia Wehbe: adolescencia y mandatos estéticos.
La directora evita transformar la historia en un drama con moraleja y se interesa más en la interacción entre los personajes, con un naturalismo que no es sencillo de construir.
Paula está por cumplir 15 años, pero el deseo de tener la fiesta perfecta ya no está entre sus prioridades. Hay un tema que ha comenzado a ocupar su mente todo el día, todos los días: las calorías que consume, el peso, las formas de su cuerpo. Comienza un nuevo año de clases y el reencuentro con las amigas, pucho compartido de por medio, se ve abortado por el timbre de entrada. Las clases en la escuela religiosa son como siempre, algo aburridas pero nada grave. Ya en casa, el vestido de la hermana mayor –flaquita, a quien la ropa siempre le queda “llovida”, según sus palabras– se transforma en la prueba de fuego que marca el inicio de una nueva y dolorosa etapa. El traje con lentejuelas se estira pero no pasa, y el sonido inconfundible de una rasgadura detiene el proceso frente al espejo.
La realizadora cordobesa Florencia Wehbe observa a Paula y a su grupo de amigas mientras la primera lidia con una problemática universal y recurrente: la obsesión por la delgadez, los mandatos del cuerpo ideal, la mirada de los otros y la propia.
El segundo largometraje de Wehbe es la segunda película argentina en pocos años titulada Paula, pero no debe confundirse con el film homónimo de Eugenio Canevari estrenado en 2016. Esta Paula no sería la misma sin la participación de Lucía Castro en un papel que demanda ambigüedades y sutilezas: no es fácil ser una chica adolescente y tampoco es fácil interpretar a una. Sin estridencias –más allá de los lógicos gritos y encerronas en el cuarto después de una riña familiar–, su rostro transmite la ansiedad por esa balanza que no se digna a ofrecer un dígito más amable, oculta por la máscara de las risas ante una broma compartida o los brillitos del maquillaje obligatorios en las salidas nocturnas. A Paula, desde luego, le gusta un chico que no le da mucha bola, aunque en cierto momento el acercamiento se produce, precedido por un “Estás un poco más flaca, ¿no?”. Una red social específica para personas con problemas de peso y el consumo de pastillas para adelgazar se convierten en los secretos mejor guardados de la protagonista, cuya vida social cada vez más activa es reflejada en decenas de espejos –en el boliche, en el baño, en el cuarto, en el probador– y en la cámara para sacar selfies.
El guión de Daniela De Francesco y la propia Wehbe esquiva las altisonancias y evita transformar la historia en un drama con moraleja, mucho menos en un cuento para prevenir a incautos ante el acecho de la anorexia y la bulimia. Tampoco señala con el dedo a culpables y villanos en una problemática compleja, de múltiples causas y efectos. Los temas están presentes, desde luego, y en un lugar central, pero afortunadamente a la realizadora parece interesarle más la interacción entre los personajes, entre las cinco integrantes del grupo de amigas, entre Paula y su hermana, su madre y su padre. Y lo hace con un naturalismo que no es sencillo de construir y un gran cariño por los personajes, sin crueldades ni reduciendo todo a arquetipos didácticos.