SILENCIOS QUE HABLAN
Con elementos indisimulables que la vinculan con el cine de Lucrecia Martel (la represión en el interior argentino, cierta banalidad de las clases pudientes, la mirada clasista de sus personajes ligeramente solapada, el sonido con el espesor de un personaje más), Paula de Eugenio Canevari es el retrato de un par de adolescentes en fricción con un mundo que no los contiene.
Ella, la empleada y niñera de un matrimonio de clase media elevada agraria, está embarazada y quiere abortar. El, el hijo de aquel matrimonio, carente de todo tipo de empatía con el exterior, especialmente con lo familiar, que viene de sacrificar obligado por el padre a su perra. Desde sus silencios, su estricto trabajo formal y un sonido que enrarece constantemente (como en La ciénaga de Martel), Paula es una película sobre aquello que no se dice (la palabra “aborto” falta a la cita en sus 65 minutos) pero que está latente amenazando con explotar.
En este tipo de propuestas, bastante comunes dentro del cine argentino más festivalero, ese “no decir” resulta muchas veces una ausencia de recursos por parte del realizador para evitar decir, en términos cinematográficos, aquello que no sabe cómo decir. Es, amén de la experiencia formalista que aparenta, una postura cómoda. No es el caso de Canevari, quien evidentemente juega ese silencio tanto desde la inexpresividad de sus personajes, la marcación actoral, como desde la precisión formal con que sonidos e imágenes construyen un universo sórdido. Tal vez el mayor problema de Paula sea su falta de originalidad dentro del amplio panorama del cine argentino, como que se trata de un tipo de propuesta algo transitada, y de una última secuencia en una fiesta familiar donde los diálogos terminan por exponer demasiado aquello que hasta entonces estaba bien expresado en imágenes.