Pearl

Crítica de Hernán Ferreirós - La Nación

El año pasado, el realizador Ti West (The House of the Devil) estrenó X, una película slasher que, además de los artesanales y sangrientos modos de matar característicos del género, presentaba poco comunes apuntes acerca de la depredación de la industria del espectáculo sobre las mujeres, el deseo sexual durante la vejez o el vínculo entre rubros en apariencia disimiles pero con mucho en común, como el porno y el terror. La producción de ese film, que acabaría obteniendo las mejores críticas de la carrera del director, debió detenerse debido a la cuarentena. En ese lapso, West y su actriz principal Mia Goth (Nymphomaniac) escribieron el guion de una precuela concentrada exclusivamente en el personaje de Goth, llamado Pearl.

En verdad, la anciana Pearl, que alquila su granja a un grupo variopinto que quiere rodar una porno, es solo uno de los dos personajes interpretados por Goth en X; el otro es la joven aspirante a estrella Maxine, a quien estará dedicada la futura tercera parte que cierra una trilogía cuyos elementos en común son Mia Goth, el tema del ansia de fama por la fama misma, la historia de la pornografía y el horror.

X transcurría a mediados de los años 70, cuando el cine pornográfico no era aún una industria sino la aventura de emprendedores no siempre vinculados a negocios enteramente legales, que operaban como cineastas independientes y a quienes podía aplicarse, un poco más metafóricamente, el célebre aforismo atribuido a Godard acerca de que lo único necesario para hacer un film es una chica y una pistola. El trailer de MaXXXine, la próxima entrega, indica que transcurrirá en los 80, con la llegada del video y la industrialización al mundo condicionado. Pearl, por su parte, lleva la historia a 1918, para narrar el “origen” de este personaje y los primeros episodios del derrotero del cine porno. Así como en X Pearl era una octogenaria asesina que no hubiera desentonado en la mesa familiar de Masacre en Texas, aquí, en cambio, es una joven que sueña con abandonar la granja en la que vive con una madre represora y un padre lisiado y triunfar como bailarina en la gran ciudad.

Visualmente, ambas películas no podrían ser más distintas. Los tonos ocres y apagados de X, que remiten a una proyección de 16 mm, dejan lugar a los colores saturados del Technicolor: Pearl hace pensar en El Mago de Oz, si Dorothy se dedicara a mutilar a sus compañeros y Oz se pareciera al sótano de Norman Bates en Psicosis. Luego está todo lo que tienen en común: las referencias a ese film de Hitchcock y al citado de Tobe Hooper; la aparición del porno (aquí forzada, cuando un proyeccionista le muestra a Pearl una película “europea”) y el tópico de la búsqueda desesperada de abandonar la propia realidad para ingresar al mundo de fantasía del espectáculo.

Sin embargo, todo lo que este film dice al respecto ya estaba puesto del mismo modo en la primera parte. Más que una precuela, Pearl se siente como un ejercicio actoral: algunos intérpretes necesitan conocer toda la historia de vida de un personaje para poder encarnarlo. Pearl convierte esa práctica exploratoria en una trama un poco redundante que parece pensada solo para el lucimiento de su protagonista. La actriz tiene la difícil tarea de representar a una homicida despiadada de modo tal que, al menos en una parte del film, estemos de su lado. Un largo monólogo registrado como en trance y en un único plano deja en claro que Goth está a la altura y le saca provecho a la oportunidad. Mayores dosis de gore hacen que esta película sea acaso más amena que su predecesora, pero también es una bastante más convencional.