Dos historias son las que nos muestra Nicolás Entel en este extraordinario documento. Una es la de Pablo Escobar, uno de los hombres más ricos del mundo; el narcotraficante número uno que tuvo Colombia y cabeza del cartel de Medellín. La otra, seguramente la más fuerte, es la de Sebastián Marroquín, hijo de Pablo y cuyo nombre original era Juan Pablo Escobar.
Es Sebastián quien cuenta, en primera persona, cómo fue aquel personaje en el rol de padre, cómo vivió él mismo a su corta edad parte importante de la realidad colombiana –violenta, sin límites-; qué le queda luego de aquella vida de peligros, muertes, persecuciones, escondites y emigración.
Con un comienzo atrapante –y por demás significativo- a modo de comic, Pecados de mi padre alterna diversos géneros: periodismo, documental, entrevista, diálogo… diversos formatos que, combinados, dan un resultado extraordinario.
Lejos de ser una lección de historia, este film va más allá; uno puede involucrarse con los personajes, sentirse identificado con sus sentimientos, comprenderlos. Es profundo, fuerte, movilizador.
La película rescata de entre la violencia y la ambición maquiavélica de poder la fuerza interna, el valor de la libertad, de la vida propia y ajena, el amor por la patria y la importancia de aprender de la experiencia del pasado si se quiere seguir adelante.
Es una excelente muestra de que, a pesar de todo, el Hombre es capaz de perdonar y construir sobre el dolor y la miseria humana. Solamente hace falta voluntad.