Suena mucha música de la buena en este film que cuenta el viaje de María Luz Carballo de Villa Devoto a Chicago. Y nada más que para tocar y cantar blues.
Suena su música, la que aprendió a tocar desde chica y que la llevó a subirse a escenarios en los que nunca una mujer había empuñado una guitarra. Una mujer sudamericana, además. Sudaca inmigrante, de Devoto y con una Fender a cuestas, en lugares donde patriarcas de los dos acordes le sacaban lustre a las Gibson.
Pero la pequeña molotov que explota en medio del relato dirigido y editado a pulso por Nacho Garassino (El túnel de los huesos, Contrasangre) es un testimonio que destaca, como al pasar, que su debut sexual fue a los 14 años con Norberto “Pappo” Napolitano, que entonces tenía 41.
La situación de claro abuso sexual que sufrió la blusera queda en el aire y flota sobre cada una de las frases que dice luego, más allá de que sus anécdotas sobre el fundador de Riff suenen risueñas. Incluso las que lo sindican como un enfermo de celos que trompeaba a cualquiera que osara mirar a su pequeña presa.
“Se peleaba por culpa tuya”, le dice en un pasaje uno de los cómplices del rockstar en aquellos años de merca, alcohol, violencia explícita y abuso de menores tapado bajo el toldo de la impunidad del músico nacional y popular.
Carballo (sobrina de Celeste, ausente en el film), ya en Argentina otra vez tras dos décadas de vida en el país del Misisipi, cuenta también que una de las razones de su partida al norte fue la presencia omnipresente de su abusador (en carácter de novio permitido por su familia) que insistía con retomar la relación pese a que ella como adolescente había dejado en claro que no quería continuarla.
No es un tema que aparezca desarrollado y hasta es entendible en el marco de un trabajo que pone el acento en el derrotero blusero de María Luz. De tratarse de un film con mayor difusión dispararía un debate mediático que el rock argentino se debe más allá de las causas penales y diarrea verbal de personajes menores como Gustavo Cordera o Cristian Aldana.
Primero hay que saber sufrir, después amar, después partir, cantaba el Polaco Goyeneche, nuestro gran blusero local. Y María Luz, en uno de los momentos de mayor lucidez de su relato, dice que el blues no es para cualquiera, que para alguien con una vida cómoda es complejo tocar como debe tocarse.
“Toda mi vida es el ayer que me detiene en el pasado”, continuaba el Polaco y Carballo lo reafirma recordando que mientras vivía en Chicago quedó embarazada y su pareja de entonces la encerró sin dejarla salir de su casa para que criara a su hija.
“No me importa si pierdo la vida o no, quiero tocar blues”, resume la artista como epílogo de las décadas vividas y la sombra de Pappo aparece como iniciador de un camino que, sin abuso de por medio, quizá hubiera brillado de otra manera.