Pequeño film con una gran fuerza emotiva
He aquí una producción pequeña, de pocos personajes, rodada en ambientes reales poco envidiables, y de asunto aparentemente sencillo. En suma, una película chiquita. Pues bien, esta película chiquita tiene buena fuerza emotiva, mucho para hacernos pensar, dos interpretaciones de mérito indiscutible, y hasta el día de hoy, once premios internacionales, empezando por la Concha de Oro de San Sebastián 2013, otorgada por unanimidad del jurado que integraban David Byrne, Diego Luna, Todd Haynes y otros que saben. En Mar del Plata, un mes después, se llevó los premios a mejor dirección y mejor guión, ambos para la misma persona, Mariana Rondón.
¿Qué tiene esta película? Ya lo dijimos, fuerza emotiva. Que consigue sin ostentaciones, pero con mucho sentido de la observación, mucho cariño a cada personaje, un buen manejo de las tensiones, y unos conflictos que vistos de afuera pueden causar risa o fastidio, pero dentro de una casa desconciertan e incomodan a los personajes y a los espectadores casi por igual. Una mujer joven, todavía linda, quiere recuperar su trabajo en una empresa de seguridad. Paradójicamente, su hombre murió en algún episodio de inseguridad. La vida es cruel, es dura, y ella tiene dos hijos que alimentar. Para colmo, el mayor de ellos no pinta como muy hombrecito que digamos.
La historia se centra en este chico. Un mulatín de pelo mota, que él se obstina en alisar con métodos caseros. El quiere salir de pelo lacio en la foto escolar. Y luego ser cantante como Henry Stephen, aquel de "Mi limón, mi limonero". Quizás esos gustos se los inculcó la abuela, que quiere tenerlo a su lado. La madre, lo que quiere, es que el chico no sea blandito, porque en el barrio los blanditos lo pasan mal. Se pone nerviosa cuando lo ve así. Bah, ella vive nerviosa. Para colmo el pibe es medio contestador. Difícil quererse, en esos casos. O, mejor dicho, difícil hacerse querer, mostrar cariño del modo en que la otra persona espera. Pero no imposible.
Todo esto transcurre en los monobloques 23 de enero y Simón Rodríguez de Caracas, frente a los cuales Lugano I y II son Puerto Madero. Para más detalles, transcurre justo en la época en que los muchachos se rapaban la cabeza en solidaridad con Hugo Chávez, que estaba sufriendo la quimio. Y de paso se sacaban fotos de uniforme, con algún arma en ciertos casos. Pero no se trata de una obra política, ni tampoco de propaganda homosexual. Más bien, se trata de un llamado de atención al entendimiento y la paciencia dentro de la familia, y la sociedad. Sin decirlo, sin separar a la gente en buena o mala, políticamente correcta o incorrecta, ni nada de eso. Por supuesto, habrá quienes ya vayan predispuestos a darle su interpretación. Pero la película es menos terminante, más compleja, más humana, y ahí radica su riqueza, y su belleza. Vale la pena.
Intérpretes, Samantha Castillo, Samuel Lange, la veterana Nelly Ramos, y la nena María E. Sulbarán como la vecinita que juega con el nene y sueña con ser Miss Venezuela. Detrás de cámaras, Marité Ugás, productora, Micaela Cajahuringa, directora de fotografía, y, por el lado de coproducción argentino, La Sociedad Post, Alan Borodovsky, Roberto Migone, Francisco Pedemonte y Lena Esquenazi en el equipo de sonido, Ignacio Gorfinkiel, Ezequiel Villanueva, en efectos visuales, Matías Kamijo, colorista, y algunos otros.