Postales bolivarianas.
Pelo malo es un filme sobre la precariedad laboral, el despertar sexual y las diferencias de clases en Venezuela.
Todo está dicho desde un inicio: Marta y su hijo de 9 años llamado Junior suben por las escaleras internas de un departamento lujoso. Es el turno de fregar el jacuzzi. Junior ayudará un poco pero en cierto momento llenará con agua la bañera y se quedará flotando por un rato; su placidez será evidente, un poco menos lo será la connotación sensual de su experiencia. La dueña de casa lo descubrirá y, sin llegar a ser un escándalo, todo terminará mal. He aquí las coordenadas simbólicas del filme: precariedad laboral, despertar sexual y diferencia de clases en un contexto específico y no menos problemático: la Venezuela de Hugo Chávez.
Lo que viene a continuación es simple: los intentos de Marta por mantener o recuperar un trabajo de guardia de seguridad, su enorme incomodidad frente a su hijo que evidencia una precoz proclividad homosexual (las reiteradas miradas de Junior al joven que atiende un kiosco son de lo mejor del filme) y sus ocasionales intentos de conjurar el hastío cotidiano teniendo sexo con algún amigo. Al mismo tiempo, Junior pelea contra su pelo, al que quiere alisar (acaso una metáfora de su identidad sexual), juega con sus amigas, visita a su abuela que apoya abiertamente su costado homosexual y cuida como puede a su hermanito recién nacido. Cada tanto, Marta elige confrontar a su hijo con su propio goce sexual, escenas incómodas en la que se expresa lo inadmisible de la homosexualidad en la percepción de cierto sentido común.
Pelo malo sostiene su relato con un fantasma de fondo: el líder de la revolución está agonizando. Si bien la película se cuida de ser directamente crítica respecto de la presunta transformación social del país, la puesta en escena sugiere una división visible entre quienes tienen y quienes sobreviven sin posesiones. La forma peculiar de filmar la arquitectura es aquí un discurso crítico. Por cada monobloc que se ve en la película, a menudo con panorámicas o contrapicados sugerentes, Mariana Rondon plasma una postal de un desarrollo estancado, el cual tiene su correlato en la falta de trabajo de María, a merced del favor de un jefe que aprovecha su condición y saca provecho físico de la belleza de su empleada. No es justamente un contexto progresista, y si bien esa lectura no se explicita como discurso, no hay que ser un gran semiólogo para inferir del retrato del espacio público una forma de impugnación visual del estado de las cosas.
Después de Postales desde Leningrado, Rondon continúa aquí su búsqueda por registrar el cruce conflictivo entre el orden familiar y los contextos políticos. Antes fue la guerrilla de la década del 1960 en su país, ahora se trata de la vida doméstica en tiempos de revolución bolivariana. El punto de vista elegido es más descriptivo que analítico, y es por eso que su difusa posición ideológica frente a lo que muestra resulta aún más embarazosa para sus intérpretes. Pelo malo, que no es un filme neutral, no dice sin embargo qué se debe pensar, sino que dispone ciertas circunstancias para ser examinadas. Tal vez se trate de una virtud, tal vez de una limitación demasiado conveniente, incluso tramposa.