A partir de una pequeña metáfora se adentra en una realidad poco halagüeña, pero honesta
El año pasado “Pelo malo” se dio a conocer internacionalmente al recibir la Cocha de Oro en el Festival de Cine de San Sebastián (España). La tercera producción de Mariana Rondón, cautivó por su sencillez y la capacidad de contar mucho a través de una historia pequeña que a medida que avanzaba, desplegaba su mirada certera - desprovista de dramatismo y sensacionalismo - sobre una serie de prejuicios sociales tradicionalmente ocultos y negados.
La película cuenta la historia de Junior, un niño de 9 años obsesionado en alisar su pelo crespo y sacarse así la foto del colegio. Junior quiere parecerse a su cantante favorito y lograr el amor de Marta, su mamá. Sin embargo, su obstinación no hará otra cosa que alejarlo aún más de ella. Marta es una joven viuda desempleada con dos hijos que por todos los medios intenta recuperar su antiguo trabajo como vigilante privado. La fijación de Junior por su imagen, despierta en ella un temor inusitado que se traduce en rechazo e indiferencia.
Mariana Rondón sitúa a sus personajes en un contexto social difícil y complejo, pero que en el devenir del relato, en el día a día de los personajes, este aparece como corriente y naturaliza la violencia de los gestos, de las miradas, de los prejuicios, de la desigualdad económica, de las diferencias de clases, y sobre todo, la violencia de la intolerancia hacia lo diferente. Junior encarna a ese otro que no se parece al resto. Si efectivamente su obsesión por tener el pelo lacio responde a la negación de sus raíces afroamericanas, a un gesto de homosexualidad o a un mero llamado de atención, poco interesa. Porque lo importante es la reacción de los demás, y de su madre en particula, ante lo que se considera un tema tabú.
Alain Berliner, director de “Mi vida en Rosa” (1997), una película que cuenta la historia de Ludovico, un niño que se siente niña en el cuerpo de un varón y que también está obsesionado con su pelo, declaraba en alguna entrevista a propósito del conflicto de su film: “Hemos sido educados para distinguir la diferencia, pero no para aceptarla”. Aún cuando retraten historias muy distintas subsiste en “Pelo malo” mucho de esa incomprensión de la que hablaba Berliner.
La realización de Rondón se funde en cierto registro documental que, sumado a las increíbles actuaciones de Samuel Lange Zambrano (Junior) y de Samantha Castillo (Marta), facilitan el camino para adentrarse sin reparos en una de las tantas historias posibles que han de desarrollarse en esos edificios enormes y grises de los suburbios de Caracas. En “Pelo malo”, la arquitectura de ese barrio pobre donde se inscribe la historia es parte esencial del conflicto, ya que enfatiza la atmósfera asfixiante del film. A medida que avanza el relato, la problemática urbana, con la sobrepoblación, la inseguridad y el caos del tránsito van dando cuenta con sutileza de cierta tensión social que se percibe en las calles. De hecho, la historia transcurre durante la etapa final de la enfermedad de Hugo Chávez, momento en que Venezuela se sumía en una enorme incertidumbre respecto a su futuro.
Quizá una de las cosas más interesantes de “Pelo malo” sea la diversidad de interpretaciones que provoca en torno a lo que su directora quiso contar, paralelamente a la historia de Junior. Básicamente dependiendo del lugar geográfico al que se pertenezca, hay quienes ven una crítica mordaz y directa al gobierno chavista a través de la crisis moral que sufren los personajes, producto de la crisis generalizada del país. Otros en cambio, ponen el acento en cuestiones más arraigadas a un imaginario latinoamericano que subraya el machismo, la homofobia, el culto por la belleza y el racismo como problemas centrales. Un tercer grupo prefiere rescatar aquellos elementos que hacen de la película un relato de tipo más universal, con temas como la intolerancia, la violencia y el abandono.
La música de Camilo Froideval junto a la fotografía de Micaela Cajahuaringa son otros de los elementos destacados con los que cuenta la película. Además de los diálogos, que aunque en apariencia superfluos, revelan todas las diferencias y contradicciones que subyacen tanto en la familia protagonista como en el resto de la sociedad.
Desde donde sea que se la quiera abordar, esta película logra a partir de una pequeña metáfora, como la del pelo, adentrarse en una realidad poco halagüeña, pero muy honesta. Excelente oportunidad para descubrir una cinematografía que se encuentra en uno de sus mejores momentos.