El cine de Quentin Tarantino fue una influencia nefasta en muchos realizadores. Eso no quiere decir que no haya buenas películas tarantinescas (sin ir más lejos Rob Zombie logré eso en The devil’s rejects), pero en general tienden a ser las menos.
Esto ocurre con Pendeja, payasa y gorda, cuyo homenaje al realizador americano es más que evidente; como una especie de Pulp Fiction del conurbano y peronista, “un Tarantino del tercer mundo”.
Lo que falla en esta película de Matías Szulanski no es sólo lo forzado de todo lo que ocurre, esta situación border, exagerada, ridícula y que coquetea hasta con lo trash. Lo que falla es que pasados los primeros 20 minutos todo se vuelve indiferente. La historia, contada en fragmentos que van de adelante para atrás, bien canchero, aburre porque no hay por dónde sostenerla. Al no importar los dramas de los personajes tampoco importan ellos. Las escenas son simplonas y ridículas y nos hacen preguntarnos el por qué de esto.
La respuesta es que acá lo que importa es lo cool, como alguien que vio las películas de Tarantino y quiso copiar sus diálogos. Pero evidentemente falta la dimensión política, la humanidad en los personajes, el humor hasta tierno y la inteligencia en la puesta de escena. En el film, los protagonistas son o desagradables o muy desagradables. Los diálogos explican cosas que podrían decir las imágenes, y en su afán de desagradar muchas de las acciones son incoherentes, porque si… Y no. No suma en nada, no molesta ni incomoda.
Los actores dan lo mejor de sí, son convincentes en sus papeles, es algo innegable y junto a la banda sonora lo único salvable de una película que juega incluso con la conciencia social pero que suena más a un ‘’quiero quedar bien’’ que a una crítica feroz.
Es esa autoconsciencia adolescente la que habla de lo limitado del director para con su material; de cómo trabaja literalmente con su guión. Sin ir más lejos, vean cómo muchas escenas son sólo un plano general con tal personaje hablando. Esa manera simplona de filmar, lejos de la inteligencia clase B es lo que hunde a esta película, la que la condena. Ha habido casos en que se logró con éxito esta fórmula… Para eso está el cine de Nicanor Loreti, responsable de Diablo (2011) y Kryptonita (2015), donde trabajaba sobre lo mismo, pero triunfando en lo que se proponía.
Pendeja, payasa y gorda termina fracasando en ser una imitación del cine de Tarantino hecho en Argentina. Es una película que no atrapa con su historia, ni con sus personajes y que deja en la mente esa idea de que el cine norteamericano sigue siendo mejor y que habría que dejar de imitarlo, o al lo menos saber integrarlo, ya que bien usado puede dar una gran película como Relatos Salvajes y no esta payasada.