En una película que es a la vez pareja y despareja, la realizadora Victoria Galardi confirma con su tercer opus sus indiscutibles condiciones como cineasta, aún sin haber logrado aquí una pieza superlativa. Luego de codirigir en su debut la pequeña pero formidable Amorosa Soledad y proseguir ya como única directora con la excelente Cerro Bayo, su nueva propuesta indaga en otra veta narrativa pero sin perder su propio y personal estilo. Y una de las características de su cine es que, aún sin definirse en la comedia o el drama, puede divertir y emocionar. En el caso de Pensé que iba a haber fiesta no alcanza a transmitir eso con la misma intensidad, pero se trata de una atrayente experiencia fílmica. Decíamos que su película es pareja porque mantiene un tono uniforme en su trama de dos amigas en conflicto con un hombre en el medio, sin excederse en la crispación del conflicto, pero a la vez es despareja en la eficacia de sus escenas, algunas magníficas y otras poco relevantes.
Su meticulosa descripción de un ámbito de clase media alta con toques de snobismo se destaca en el festejo de año nuevo, con un llanto en el brindis que parece pertenecer a la típica emotividad de la fecha, pero tiene que ver en realidad con una visita incómoda que se aproxima, que desencadenará bienvenidas afectadas, suspicacias y tensiones. Un momento fenomenal de un film que
aunque no mantiene ese nivel de brillantez, deslumbra en su verosimilitud y sus impecables rubros técnicos. La empatía con los personajes corrobora la calidad como directora de actores de Galardi, con Valeria Bertuccelli y Elena Anaya como notable dupla
protagónica.