Amigas ¿por siempre?
En un cine argentino pletórico -por suerte- de guionistas y directoras con talento, Victoria Galardi surgió como una rara avis por su ductilidad y timing para el manejo de la comedia (sea romántica, dramática, intimista o coral) en sus dos primeros largometrajes: Amorosa Soledad y Cerro Bayo. No es que sea la única mujer que viene incursionando en la materia en el ámbito local (Ana Katz resulta una referencia insoslayable), pero tampoco es habitual encontrarse con una autora que domine con tanta naturalidad la puesta en escena, los diálogos y la dirección de actores.
En su tercera película, Galardi trabaja con uno de esos concepto que tanto gustan a los expertos en marketing: “¿Qué harías si tu mejor amiga se enamora de tu ex?”. El principal problema que se percibe al ver Pensé que iba a haber fiesta es una suerte de tironeo entre una película que quiere y no quiere (o no se anima del todo a) ser masiva, popular, arquetípica, industrial (agréguenle los adjetivos que más le gusten en este terreno).
Por un lado, Galardi escatima -incluso en la resolución- elementos, situaciones y explicaciones propios de la comedia comercial más atada a la fórmula y las convenciones. Es como si la guionista/directora necesitara sostener su “independencia” y jugar en los campos del cine “adulto”. Sin embargo, cuando el film parece concentrarse en las contradicciones entre las dos protagonistas (y en sus relaciones con los hombres) surgen los editados cliperos con música cool o la larga escena de Elena Anaya (la hermosa actriz de La piel que habito, de Pedro Almodóvar) bailando sola. Los contrastes son marcados, quizá demasiado abruptos, y la narración pierde en ese pendular parte de su solidez, su fluidez y su convicción.
El planteo básico es el siguiente: Lucía (Valeria Bertuccelli) está divorciada de Ricki (Fernán Mirás), el padre de su hija adolescente Abi, desde hace ya más de tres años. Ella tiene una nueva pareja (Esteban Bigliardi) con quien está a punto de irse a pasar unos días a Uruguay, después de Navidad y antes de Año Nuevo. Lucía invita a su gran amiga Ana (Anaya), una actriz española radicada en Buenos Aires hace ocho años, para que se quede a disfrutar del verano en su casa con pileta. Al poco tiempo, Ricki llega temprano a buscar a Abi y la “onda” previa se transforma en torbellino, en apasionado romance. Hasta aquí lo que puede (y debe) contarse.
Película sobre la amistad, la lealtad y la “traición” entre mujeres, sobre secretos, mentiras y culpas, Pensé que iba a haber fiesta funciona mejor cuando Galardi se sumerge en la intimidad de las dos protagonistas (se extrañan más escenas que exploren sus códigos) que cuando se abre hacia otras situaciones (la fiesta de Año Nuevo, la preocupación por el consumo de cocaína de uno de los personajes, las distintas apariciones de Esteban Lamothe como un jardinero) Aclaro: no es que el contexto, las actuaciones o las subtramas estén mal (la directora tiene la ya apuntada habilidad como para crear y sostener todos los climas), pero la tensión se diluye un poco y la estructura se siente un poco forzada.
Aunque para mí ni Galardi ni esa gran intérprete que es Bertuccelli alcanzan el nivel de sus mejores trabajos, Pensé que iba a haber fiesta no deja de ser un film atractivo en su propuesta y elegante (y seductor) en su concreción (todos los rubros técnicos son impecables). Si uno le exige al film no es porque le falte (o falle) tanto, sino porque las talentosas artistas aquí reunidas están en condiciones de darnos todavía más.