Pensé que iba a haber fiesta es una de esas películas que es difícil de reseñar, no porque no posea los elementos típicos de un film: puesta en escena, guión, musicalización, actuaciones, etcétera, sino porque la manera en la cual están conjugados esos elementos es rara. Como que la finalidad de la cinta no se encuentra de manera fácil o se pierde en el camino. Algunos incluso podrán decir que se trata sobre la nada misma.
No se necesita un guión revelador de la verdad del universo para que una película funcione pero si se necesita generar empatía entre los personajes y el espectador, y ahí es en donde Pensé que iba a haber fiesta gana.
Los universos de cada uno de los protagonistas y como estos de entrelazan son bastante atractivos.
La directora Victoria Galardi, quien tomó renombre en 2011 por Cerro Bayo, logra crear un buen clima con recursos minimalistas, silencios prolongados y espacios contemplativos. Por momentos parece que emula a Sofía Coppola, pero lamentablemente se queda en el camino porque cuando el film termina el espectador no se queda con nada.
Las actuaciones son correctas pero podrían haber sido mejores y si bien Valeria Bertuccelli tiene espacio para lucirse y lagrimear un poco, su performance es olvidable. Incluso queda eclipsada por la breve presencia de Fernán Mirás, un tipo que le hace muy bien al cine nacional y que siempre da placer verlo. Definitivamente su personaje es lo mejor del film.
La española Elena Anaya seduce hasta ahí nomás y es alrededor de ella por donde gira la película tanto en el conflicto central como en el desenlace y es ahí donde casi con seguridad la mayoría de las críticas de los espectadores caerán: en el final abrupto (aunque claramente intencional).
En cuanto a lo técnico el trabajo de la directora es muy profesional y desde el principio da la sensación que se establece el ambiente buscado. Se refuerza a los personajes con diferentes tipos de planos y sonido ambiente.
Si de entrada el espectador se engancha con el clima del film la va a pasar bien hasta el final, momento en el cual la película cae y decepciona.
Aún así, el que sea más permisivo puede llegar a dejar pasar la conclusión, en ese caso el sabor será otro. El resto se quedará con gusto a poco.