Deseos y decepciones
Pensé que iba a haber fiesta es una película problemática. Problemática, porque abusa de una frase comercial -“¿qué harías si te enamorás del ex marido de tu mejor amiga?”- para atraer público a una película que en verdad nunca intenta ponerse a pensar esa situación, o a reflexionar sobre la misma: y cuando lo hace o merodea el tema, termina. Y sin embargo, eso que es la película -que no es lo que pensábamos que íbamos a ver- está muy bien, estupendamente trabajado desde la puesta en escena y desde lo simbólico de varias situaciones: la relación entre dos amigas con sus diferencias de clase y modos de ver y ser, que se agota por un hecho fortuito como es la relación de una de estas con la ex pareja de la otra. El gran conflicto de la película como propuesta es, en definitiva -y por ahí pasan varios de los problemas de esta tercera película de Victoria Galardi-, descubrir si no juega un poco vilmente con las expectativas del espectador o si, por el contrario, el tema le queda demasiado grande a un guión que prefiere el registro interior antes que explosivo, y las formas y tiempos de un cine independiente antes que el industrial que uno entiende más adecuado en este caso. De todos modos, no deja de ser un artefacto singular dentro del panorama actual del cine argentino por lo inclasificable que resulta y eso es válido.
Es que Pensé que iba a haber fiesta es de esas películas que sirven en bandeja el debate para los locutores de radio de la mañana o las conductoras del magazine de la tv, y para que se convoque a psicólogos, sexólogos y opinólogos en todo: “contanos qué harías si tu mejor amiga sale con tu ex y participá por el sorteo de una licuadora”. Ahora, lo que uno no llega a distinguir es si la tesis efectivamente surge de lo que Galardi quería contar o sólo se trata de un gancho promocional más digno del marketing antes que del cine. Sea como sea, la película se ve afectada indudablemente por ese juego especular. Porque supongamos que la directora quiso indagar en las reacciones que una situación como esa genera: efectivamente lo que ofrece la película al respecto, es muy poco. Y si no lo quiso, hace que uno centre la atención en eso de antemano. De hecho, la relación entre Ana y el ex marido de Lucía está contada tan de a retazos, Galardi escatima tanto la intimidad entre ambos personajes, que uno también duda que haya surgido allí algo parecido al amor. Es un espacio en off algo incómodo para una película que intentará hacer de ese conflicto, algo mayor. Y no funciona aquí eso del McGuffin: no hablamos de un elemento distractorio para hablar de otra cosa.
Esa película que suponemos pretende ser Pensé que iba a haber fiesta, no es lo mejor. Sin embargo, cuando el film se detiene en las dos amigas, Ana (Elena Anaya) y Lucía (Valeria Bertuccelli), y sus entornos (especialmente el de Lucía), Pensé que iba a haber fiesta crece y mucho. Por empezar la directora captura muy bien un contexto, que es el de esos días entre medio de la Navidad y el Año Nuevo, y hace de ese clima -que trasciende la pantalla- un agobio constante para las dos protagonistas: para Lucía será el declive de la relación con su nueva pareja, para Ana el comienzo de un amor que surge subrepticiamente y la complica. Y Galardi demuestra además un gran trabajo sobre la comedia, con diálogos que se resuelven muchas veces por el lado del absurdo y otras gracias al talento de sus dos actrices. Hay también una sordina social que atraviesa todo el relato, una mirada sardónica sobre esa clase media acomodada que representa Lucía (nunca vemos hacia dónde va Ana, pero toma el tren, suponemos lejos: otro mundo). El agobio externo e interno -aunque sin la riqueza- asemeja algunos climas del cine de Lucrecia Martel y el humor incómodo se acerca también al cine de Ana Katz. En ese sentido la reunión de Año Nuevo, que se da sobre el final, parece imbricar ambos universos, tal vez inconscientemente.
Pero lamentablemente Galardi nunca parece decidirse por qué película prefiere desde lo formal. Si la comedia dramática independiente, con su música cool y sus encuadres preciosistas -y con su final BAFICI-, o la comedia dramática industrial más cercana a cierto costumbrismo y con protagonistas y secundarios bien definidos y cumpliendo roles. Es esa indecisión, y no otra cosa, la que impide que la película vaya de lleno al tema con que se promociona: sabe Galardi que no le quedan muchas más opciones que trabajar eso desde el melodrama y, evidentemente, parece haber un poco de culpa por tener que recurrir a un género tan deliberado. Si por un lado se nota indecisa, la película tiene un buen trabajo formal y un inteligente uso de su casi única locación. En definitiva, una propuesta para no despreciar pero también para sentirse un poco decepcionado al confirmarse como una mera anécdota.