De cómo valorizar una historia mínima
Pasado un tiempo prudencial, ¿una mujer puede entrar en relación con el ex marido de su amiga, o se pudre todo? Tal es la pregunta gancho de esta película con ésa y otras inquietudes: cómo tratar a gente solitaria que se adhiere a un hogar ajeno, conceptos de lealtad y amistad femenina, interpretaciones distintas de un mismo conflicto familiar, criterios de propiedad y control aún terminado el vínculo conyugal, y, sin agotar la lista, surgimiento de los afectos más inoportunos con la consecuente alternativa entre absoluta discreción o sincericidio terminal. Sobre todo cuando una se engancha con el ex de la amiga durante la ausencia de ésta y en su propia casa, donde se había quedado para cuidarle a la hija adolescente.
Al enterarse, la afectada también pregunta si, para peor, el hecho delictivo fue en su propia cama. La escena de la confesión e inmediato interrogatorio es graciosa y terrible al mismo tiempo. Lo que hasta ahí fue una serie de situaciones amables, formales, de apariencia intrascendente, donde había una sola persona afligida, implota (no explota) entonces como una crisis dramática para quienes la viven, y risueña para quienes la miran. Pero pronto la sensación de angustia y amargura entre las dos amigas se transmite a toda la sala. También, la admiración por las dos intérpretes, Elena Anaya y Valeria Bertucelli.
Todo transcurre en una semana, tipo después de Navidad y comienzo de Año Nuevo, prácticamente en una sola locación de Vicente López (una linda casita para poner la cámara y pasar unos días), y apenas con un puñado de personajes: las amigas, el ex, el actual, la hija. A los que se suman el jardinero atento al motor de la piscina, lo que sugiere una metáfora maliciosa, y, justo el 31, el hermano, la cuñada y el sobrino del actual, con perro y problema propio, que también suena gracioso cuando alguien lo menciona pero es grave. O no tanto. La gravedad de cada cosa depende de quién la mira. En este caso, cuanto más cerca, menos grave.
Victoria Galardi, la autora de "Cerro Bayo" y "Amorosa Soledad", confirma su notable habilidad para la pintura de personajes y relaciones familiares, los diálogos, las actuaciones, los detalles, y la ironía solapada. Ahora, con un desenlace tocante, bien verosímil, afirma también su capacidad de movilizar los sentimientos del público. Y eso que sólo nos ha contado una historia, como ya dijimos, en apariencia intrascendente.
Fotografía, Julián Ledesma, el mismo de sus películas anteriores. Arte, Patricia Pernía. Montaje, hábil y desapercibido, Alejandro Brodershon. Música, el Niño Josele, que con Elena Anaya integran el aporte de la coproductora española de Fernando Trueba. Vale la pena.