Va a ver una película rara. No porque sea incomprensible (es totalmente comprensible y, dado que transcurre en Francia, en la muy fea Clermont-Ferrand, digamos que es cartesiana) sino porque la mezcla de tonos hace que se genere un estado entre la euforia y el desconcierto bastante saludable. Hay un argentino mudado a Francia que se queda sin trabajo, su mujer francesa a la que entiende poco, una bebé en el medio. Un pequeño drama burgués donde el hombre se queda en casa. Y aparece un vecino amante del jazz que escucha muchas veces esa “Pequeña flor” y es asesinado. Muchas veces. Bueno, esa es una de las sorpresas: la idea de cómo algo salvaje e imprevisible saca de la rutina (especialmente sexual, pero no solamente) a una pareja acuciada por los pequeños problemas de lo cotidiano. El cuento de cómo romper la rutina, digamos, pero mucho más que eso y contado con un humor entre costumbrista y salvaje que no se ve con ninguna frecuencia en el cine. Hay momentos para el susto y para la carcajada, para el suspenso y para la alegría musical, como si el cine fuera no solo un arte sino, sobre todo, un juego. El elenco multinacional funciona perfectamente gracias, en gran medida, a su juego de acentos y modismos. Una sopresa en la cartelera, bienvenida ante tanto ruido a reglamento.