Un mundo infeliz
A todos los grandes directores les llega su película fallida. Y este es el caso de Alexander Payne con "Pequeña gran vida". El realizador de joyitas como "Las confesiones del Sr. Schmidt" y "Entre copas" pierde el rumbo en esta ambiciosa cruza de ciencia ficción con drama y comedia negra, que Payne pensó como un proyecto para "salir de la zona de confort". El planteo de la película, en principio, es inquietante: con el objetivo de combatir la superpoblación mundial y aliviar los males del planeta, un laboratorio noruego desarrolla un método para reducir al ser humano a 12 centímetros de estatura. Para algunos es una chance para salvar a la humanidad, para otros, en cambio, es la posibilidad de convertirse en millonarios con poco, porque las grandes mansiones, por ejemplo, pasan a ser una simple maqueta para los más "pequeños". Paul Safranek (Matt Damon), un hombre gris y rutinario, y su mujer, deciden achicarse para mejorar su nivel de vida, pero —oh, sorpresa—, no todo era tan rosa como lo pintaban, y resulta que las desigualdades del capitalismo se replicaban hasta en los universos más idílicos. La película está dividida en dos partes: en la primera se describe el proceso de achicamiento y las motivaciones del protagonista. Aquí hay expectativa y cierta tensión por el destino de los personajes. En la segunda parte, en cambio, la historia se vuelve morosa y divagante. La alegoría se va descarrilando lentamente mientras el mensaje se explica y se subraya con un dejo de moralina. Otro punto en contra es que "Pequeña gran vida" no termina de cuajar como comedia negra. Matt Damon es incapaz de hacer reír con un personaje que oscila entre lo patético y lo caricaturesco.