La nueva película del realizador de “Entre copas” y “Nebraska” se centra en un hombre (Matt Damon) que decide achicarse en tamaño para ayudar al planeta y salir de la pobreza viviendo en un nuevo mundo con “gente pequeña”. Una vez allí verá que todo no es tan ideal como se lo plantearon en un filme ambicioso que combina drama y comedia con resultados dispares.
Siempre me ha gustado mucho el cine de Alexander Payne. Es uno de esos cineastas que no asombran desde una perspectiva formal pero hay algo en el tono de sus filmes que me resulta fascinante. Coquetea con el cinismo -en sus peores momentos se pasa de la raya hacia las orillas de la ironía condescendiente y burlona de, por ejemplo, los hermanos Coen–, pero siempre logra encontrarle el lado humano aún a sus criaturas más patéticas o extravagantes. Es un punto justo, delicado, pero casi siempre sale caminando entero de esa cuerda floja. El secreto, para mí, está en que ama a sus personajes y aún cuando muestre sus zonas más crueles o hasta idiotas, eso se transmite en sus películas.
PEQUEÑA GRAN VIDA es su película más fallida, pero sus problemas no pasan por ahí. De hecho casi que es la más directa, emocional y sencilla –en términos de “humanismo”– de sus películas. Lo complicado del filme tampoco está necesariamente en su ambición política de hablar sobre una serie de temas “candentes” como el calentamiento global, la pobreza del Tercer Mundo o la crisis económica mundial. Lo fallido del filme está en lo más básico: el guión y su incapacidad de incorporar los personajes, la historia y los temas en un todo que se sienta más o menos orgánico. La sensación que se tiene es la de una historia que se fuerza a sí misma a girar todo el tiempo de eje sin más lógica que la necesidad del director de abarcar distintos temas que considera relevantes. Y que lo son.
El gancho narrativo principal toma la primera de las tres (o cuatro) partes en la que podría dividirse la pelicula. Payne se toma su tiempo –de forma muy simpática y curiosamente realista, pese a lo delirante del planteo– para contar cómo se descubrió la posibilidad de achicar a los humanos a una altura de unos 12 centímetros y cómo, de a poco y con los años, algunas personas (calculan, un 3% de la población mundial) accedió a reducirse por dos motivos: para ayudar al planeta (a menor tamaño, menos consumo, menor gasto de energía, menos desechos, etc) y, fundamentalmente, para hacerse ricos, ya que los gastos económicos se reducen al igual que el tamaño. Y si juntás 100 mil dólares vendiendo todo antes de “reducirte” tenés el equivalente a 10 millones en el nuevo “mundo pequeño” que irás a habitar.
Payne se centra en Paul Safranek (Matt Damon, en plan gordo pachorro), un hombre de más de 40 que trabaja en “terapia ocupacional” y siente que a todos les va mejor que a él. Lo mismo siente su mujer, Audrey (Kristen Wiig), por lo que cuando conocen a una pareja de ex compañeros de colegio que se “redujeron” deciden hacer lo mismo. Esta primer parte del filme –con momentos muy ingeniosos en cuánto a describir y mostrar cómo funciona el sistema y sus implicancias personales, sociales y económicas– concluye al llegar al nuevo mundo, al que, por motivos que no revelaré, Paul no llega de la manera imaginada. La segunda parte del filme –más breve– lo mostrará tratando de adaptarse a su nueva realidad, con resultados menos idílicos que lo esperado.
Dos giros importantes suceden al unísono cuando conoce a Dusan (Christoph Waltz) y a su amigo Joris (Udo Kier), dos fiesteros veteranos que tratan de sacarlo de la depresión invitándolo a fiestas. En plan eurotrash –específicamente del Este de Europa, ya que Dusan es una especie de contrabandista serbio, chanta y bon vivant; y Kier es, bueno, 100 por ciento Kier–, intentan incluirlo en una serie de planes un poco turbios. Al mismo tiempo Paul conoce a Ngoc Lan (Hong Chan), una disidente vietnamita que fue “achicada” contra su voluntad por el gobierno de su país y enviada adentro de una caja con una TV en barco hacia Estados Unidos. Ngoc Lan fue refugiada en Leisureland (tal el nombre de la comunidad de pequeños en la que viven) y vive limpiando las casas de los ricos alojándose en las zonas más pobres y limítrofes de esa en apariencia perfecta comunidad junto a muchos otros en similar situación, ya que el achicamiento de personas también terminó generando una ola de inmigración ilegal incontrolable por motivos obvios.
Su relación con ella llevará a Paul casi a otra película, una que tiene poco que ver con lo que vimos hasta entonces y en la que empiezan a aparecer los temas más ambiciosos del filme, políticamente hablando, pero también sus lagunas narrativas. Si bien Ngoc Lan es un personaje increíble (una vietnamita muy directa y graciosa para comunicarse, con un temperamento fuerte que se lleva puesto al bueno/bobo de Paul), la película entra en una zona entre pontificadora y paternalista, haciendo un uso demasiado obvio y hasta rimbombante de las metáforas sociales, algo muy raro en la filmografía de Payne. A tal punto la película se torna grave y seria que cuando intenta colar sus habituales humoradas se sienten un tanto fuera de lugar. Bromear en medio de la pobreza y de la probable llegada del fin del mundo es algo que, al menos en la manera en la que está contada DOWNSIZING, no termina de funcionar.
Y si bien es imposible dudar de las nobleza de sus intenciones y sus buenos sentimientos también es cierto que narrativamente la película va desintegrándose, perdiendo su centro. Pese a que dura unos largos 135 minutos, es tanto lo que pasa y cambia a lo largo de ese tiempo, que para desarrollarlo bien se queda corto. Viéndola, da la sensación de que si querían meter tanto material, giros e ideas en la trama deberían haber hecho una miniserie. O, al ceñirse a los tiempos del cine, tal vez algunas vueltas de tuerca (en especial todo lo que sucede en la última media hora o más, que incluye un viaje y un cuarto giro temático/tonal) deberían haberse eliminado por completo.
Más allá de sus evidentes problemas, PEQUEÑA GRAN VIDA no es una mala película. Tiene excelentes ideas, grandes momentos, secuencias muy divertidas (la conversión, especialmente, y una fiesta posterior, además de levantar en ritmo cada vez que aparece la chispeante Ngoc Lan) y se agradece, si se quiere, la ambición de Payne de salir del micromundo al que suelen ceñirse la mayoría de sus películas, micromundo que este filme por su propia propuesta temática, invitaba a seguir recorriendo. Pero en su conversión al manifiesto filosófico, es más lo que pierde que lo que gana. Y para llegar allí atraviesa un largo y sinuoso camino en el que pisa en falso más veces que lo habitual en él.