El hombre común
Todos somos más comunes de lo que creemos, y Payne lo sabe. La elección de Matt Damon como protagonista no tuvo que ver sólo con la necesidad de contar en sus filas con un clase A del Star System americano, sino con el look que podía aportar Damon de tipo común (ya casi ningún actor de Hollywood tiene eso, dijo por ahí Payne). El sentido de la vida que buscan el director y sus personajes muchas veces llega con la transformación que les pueden generar esos viajes que arrancan como excusa cuando todo parece perdido. Si no es un viaje en casa rodante como en About Schmidt (2002), será un viaje en descapotable por los viñedos de la soleada California (Sideways. 2004), un viaje amargo por el centro olvidado del Estados Unidos profundo como en Nebraska (2013) o una mudanza de barrio y de tamaño como en la película que nos ocupa. En Nebraska, tanto el padre como el hijo no tenían muy en claro a dónde iban, Payne no elige como protagonista al ambicioso personaje interpretado por Bob Odenkirk (“él siempre supo lo que quería y lo tomó” dirá la tía sobre su sobrino que conduce un noticiero y parece haber cumplido su sueño), sino que elige al niño viejo de los sueños rotos (como los de Sideways) interpretado por Will Forte, y a su padre, quien padece un interesante alzheimer selectivo y que es más lúcido que la mayoría de los que aparecen en la película. Payne elige a los que deambulan, un gesto existencialista y un gesto moderno. Le interesa el relato clásico pero le interesa que a ese relato lo nutran personajes que no saben muy bien a dónde van o que se dejan llevar por la corriente, al menos hasta determinado punto. Payne parece fascinado por los cambios que se producen en las personas a raíz de determinadas situaciones de crecimiento emocional. Hace coming-of-age pero de viejos y con una impronta emo/ amargada aunque sin perder el humor jamás, recordemos que Payne, como dijo Jack Nicholson cuando ganó el Globo de Oro a mejor actuación en drama por About Schmidt, hace comedias. Sus personajes (al menos los de las tres películas mencionadas y el de esta última) no son tipos con convicciones fuertes, son tipos que se van haciendo al caminar, al perderse. Estos pocos que mencionamos, son algunos de los aspectos que le otorgan al cine de Payne una identidad, un nombre, algo perdido y diferente al mayormente despersonalizado cine popular americano actual.
En esta ocasión, el tipo común y desorientado al que no le va muy bien es a Paul Safranek (Matt Damon), un empleado con deudas que quiere un nuevo comienzo en un micromundo diseñado a partir de un invento de los hijos del viejo estado de bienestar del norte europeo. La idea de los científicos que inventan la reducción de las células y la materia à la Innerspace (1987), es cuidar el medioambiente a través de la utilización de menos recursos; si medimos doce centímetros claro que vamos a gastar y contaminar en mucha menor medida. De todos modos, A Safranek medio que lo del medio le importa poco. Su gran problema es que no consiguió la casa ni las cosas que quería y a su mediana edad sigue pagando sus deudas universitarias. No hay idealismo en su viaje sino pragmatismo. Los personajes de Payne son políticos más desde sus acciones que desde sus discursos, y eso le da a su cine cierta crítica no tan subrayada. Pero acá, el enano mundo ideal creado por los nórdicos, rápidamente se vuelve una copia del mundo corriente y es ya en esas comparaciones que la bajada de línea de Payne queda más en evidencia que en sus películas anteriores. De todos modos, lo explícito no tiene por qué ser algo malo. Safranek al abandonar su mundo grande de derrotas entra en el pequeño mundillo que le promete ascenso social; sin embargo, debe abandonar su trabajo profesional y vender su alma a los servicios (en el mundo miniatura trabajará de telemarketer), muestra de que la felicidad que se vende en la ciudad de los enanos es un mero espejismo al igual que las promesas de la economía liberal. El perdido Safranek, ante la decepción del nuevo mundo, comienza su transformación payneana (no peneana, o también, dado que es lo primero que mira cuando lo transforman en hombre miniatura). Esa transformación lo hará querer participar de un selecto grupo de salvadores del mundo. Pero a Safranek (y a Payne) le interesa más la lucha concreta que la ideal. Y Downsizing termina siendo una oda al pragmatismo, a la militancia de base, al viejo concepto -humanista, de izquierda, pero también cristiano o peronista- de ayudar al prójimo, no con berretines new age sino con un plato de comida.