Cuando el tamaño sí importa...
El director de Los Descendientes y Entre Copas, Alexander Payne, vuelve con una película que mezcla los géneros de la comedia y el drama bajo una premisa propia de la ciencia ficción más bien inocente mientras la humanidad se enfrenta a un serio problema de superpoblación cuya única solución está en manos de un científico noruego que propone reducir a todos los seres humanos a una estatura que apenas supera los diez centímetros.
Ya hemos experimentado en varias de las obras de Alexander Payne su gusto por combinar el drama y la comedia en películas con un marcado tono humorístico que de repente adoptan una profundidad y seriedad conmovedoras o en otras que proponen un clima preeminentemente dramático que se ve cortado en los momentos justos por algún chiste que descomprime. Probablemente los títulos ya nombrados puedan ser ejemplos de esto con Entre Copas como representante del primer grupo y Los Descendientes como caballo de batalla del segundo; incluso Nebraska, producción que comparte título con el lugar de origen de este director, cumple con el requisito. Sin embargo, para esta nueva aventura la propuesta de Payne incluye un elemento que hasta ahora no le hemos visto -que tiene que ver con la ciencia ficción- y que, como resulta central para el análisis de la trama, por allí empezaremos.
Ubicada en un futuro muy cercano, Pequeña gran vida nos acerca una historia realista y de contenido pero que parte de una premisa fantástica. O, mejor dicho, de ciencia ficción; aunque en este caso esa diferencia no hace al asunto. Varios científicos de todas partes del mundo han llegado a la conclusión de que el mayor riesgo que la raza humana deberá enfrentar a futuro como especie que busca la supervivencia tiene que ver con el exceso de población que el planeta está experimentando. Pero no todo está perdido. Porque resulta que el doctor noruego Jorgen Asbjørnsen (Rolf Lassgård) tiene la solución: achicarse. A partir de la aplicación de una técnica científica relativamente simple, este hombre puede reducir prácticamente a cualquier persona a un tamaño que, con todas las proporciones del caso, lo dejan a uno midiendo algo más de diez centímetros. Y, como consecuencia de esto, los activos y riqueza en general de una persona de un pasar moderado (incluso pobre) suponen una pequeña fortuna en el mundo de la gente pequeña, por lo que las dificultades económicas e inclusive la necesidad de trabajar serían problemas del pasado. En medio de este contexto conoceremos al bueno de Paul, un tipo común de clase media de Omaha que a duras penas llega a fin de mes y desde la publicación del descubrimiento del doctor Asbjørnsen cada vez ve con mejores ojos la posibilidad de achicarse.
Una película que puede venir a la mente de quien se enfrenta por primera vez con la sinopsis de Pequeña gran vida podría ser Eterno resplandor de una mente sin recuerdos, obra que presenta un mundo como el que conocemos pero con una pequeña gran variante, en este caso la posibilidad de borrar de nuestra memoria a alguna persona. Ahora bien, mientras la película de Michel Gondry usa ese elemento como parte fundamental de una historia que de todas maneras reúne en sí misma la profundidad, la reflexión y la creatividad de una obra maestra, la película de Payne tiende a parecerse más a lo que vimos en La Invención de la Mentira, producción de similar formato pero que encuentra su principal virtud en ese elemento saliente en desmedro de una historia más bien simplona que nos hace pensarla más como una excusa para proponer ese universo paralelo que como la parte central del relato. Ese mundo en el que las personas son pequeñas, las dudas de los protagonistas antes de dar ese irreversible paso, las críticas del resto de la sociedad que no aprueba y las implicancias de todo este concepto para la sociedad en general son conceptos que la película explora muy bien e incluso se hace un tiempo para proponer algunas reflexiones de tipo universal más que interesantes; el problema viene de la mano de las inconsistencias que el guion presenta a la hora de respaldar (o de no respaldar tan sólidamente) las dos o tres decisiones fundamentales para la trama que los personajes toman.
Al margen de esto, la historia se presenta como un relato interesante, innovador, gracioso, entretenido y muy creativo que, además, cuenta con una muy buena labor protagónica de Matt Damon, un excelente trabajo del camaleónico Christoph Waltz y el que tal vez sea el punto más saliente de la película que es la actuación de Hong Chau, actriz que dirá presente en prácticamente toda esta temporada de premios por este trabajo. El elenco se ve completado por nombres muy rimbombantes que, por las características de sus respetivos personajes, se ven inentendiblemente desperdiciados ya que resulta todo un desperdicio no darle más de dos o tres minutos en pantalla a Laura Dern, Jason Sudeikis o Neil Patrick Harris.