¿LO BUENO VIENE EN FRASCO CHICO?
Matt Damon se hace chiquito y ni así zafamos del bostezo.
Alexander Payne nos dio grandes historias como “Entre Copas”, “Los Descendientes” y “Nebraska”, pero con “Pequeña Gran Vida” (Downsizing, 2017) pretende abarcar demasiadas reflexiones y se pierde entre la sátira social, el drama y algunos mensajes confusos.
Estamos en un futuro no muy lejano donde científicos noruegos encontraron la solución a uno de los grandes problemas ambientales de la humanidad: la sobrepoblación. La idea es reducir a los humanos a un tamaño pequeñísimo de apenas 12 centímetros, y ubicarlos en ciudades especiales donde pueden vivir cómodamente y producir muchos menos desperdicios.
Quince años después, el proceso de reducción irreversible (downsizing) es todo un éxito a pesar de sus detractores, y Paul (Matt Damon) y su esposa Audrey Safranek (Kristen Wiig) deciden esquivar sus penurias económicas, y ayudar al planeta en el proceso, sometiéndose al mismo y dejando todo atrás para mudarse a Leisureland, una de estas nuevas comunidades muy populares.
Con poco dinero en el banco, los Safranek se pueden asegurar un muy buen pasar y acceder a lujos que “en el mundo real” sólo pueden soñar. El problema es que Audrey se arrepiente a último minuto, y Paul termina solo, divorciado y con un departamentito en la ciudad, llevando una vida pequeña bastante miserable.
Todo cambia cuando se empieza a codear con su vecino Dusan Mirkovic (Christoph Waltz), un comerciante playboy y millonario que consigue que cruce su camino con Ngoc Lan Tran (Hong Chau), una activista vietnamita que fue reducida en contra de su voluntad, y terminó como una refugiada en Leisureland, ahora, realizando tareas de limpieza.
Payne nos habla del “sueño americano” y lo confronta con la realidad, curiosamente, dentro de este idílico (¿utópico?) mundo pequeño que, más allá de su tamaño, no guarda ninguna diferencia con el real. Hay trabajos mundanos, muros, inmigrantes en desventaja, gente que se aprovecha de las circunstancias, y otros que no lo pasan tan bien como dice el folleto; una realidad que parece ir golpeando a Paul de a poquito, hasta transformarlo en un idealista de manual.
En vez de abogar por ella, “Pequeña Gran Vida” se burla un poco de la ecología, trasformando a sus defensores en hippies sin cabeza. Por el contrario, se preocupa en destacar las diferencias sociales en medio de lo que debería ser una fantasía, pero nos presenta la misma realidad que atestiguamos día a día como si fuéramos tan inmunes como el protagonista.
La ciencia ficción siempre funciona muy bien cuando se trata de metáforas sociales. Payne nos muestra detalladamente el proceso de reducción y nos divierte por un rato, pero no aprovecha las circunstancias que plantea en su propio relato. La película se hace demasiado extensa (toda una paradoja, ¿no?), y sí, se va por las ramas, contando demasiadas cosas de la mano de un Matt Damon que no emociona a absolutamente nadie.
Por el contrario, el personaje de Ngoc Lan Tran (y todos sus lugares comunes), resulta más auténtico y conmovedor pero, al final, también se diluye en este mar de críticas superpuestas que decepciona bastante.
Alexander Payne sabe cómo filmar y “Pequeña Gran Vida” tiene imágenes impresionantes. Acá se las arregla de sobra con un presupuesto medio, escapándole a la margen independiente, aunque falla ahí donde siempre se luce: las conexiones humanas en sus relatos. No es una mala película, pero cuesta encontrarle algo verdaderamente destacable.
LO MEJOR:
- Hong Chau y la “autenticidad” de su personaje.
- Un planteo original que se pierde en la práctica.
- Los palitos a la política norteamericana.
LO PEOR:
- El mensaje se convierte en banalidad.
- Basta de Matt Damon y sus caras de nada.