Alexander Payne es un cineasta inteligente. No abundan, por cierto. “Inteligente” quiere decir aquí que comprende su material, que no elude las ambigüedades de las ideas que surgen de la trama, que cree también que el espectador es inteligente. Esta comedia parte de una premisa de ciencia ficción: la ciencia descubre cómo “miniaturizar” a la gente, y la vida pequeñita es mucho más barata -y potencialmente lujosa- que la normal. El protagonista es un tipo común de clase media, informado y con aparente pátina de culto o, al menos, informado. Se miniaturiza y lo que arranca como una vida genial comienza a mostrar lados difíciles, incluso injustos: en última instancia, la utopía siempre es imposible aunque el amor pueda paliar -no curar, Payne es inteligente, dijimos- las tristezas del mundo. Probablemente no guste a todo el mundo, y en cierto sentido resulta un film desconcertante. Pero tiene el humor y la distancia necesarios para que comprendamos ese mundo, que termina generando ecos mucho después de salir de la sala.