Alexander Payne vuelve a usar la comedia como medio para hablarnos de inquietudes de la clase media americana, personajes patéticos y satirizar la sociedad actual. Una lástima que la excesiva extensión de la película haga que el chiste se agote rápido.
El cineasta Alexander Payne disfruta de hacer dramedys personales y corrosivos con mucha sátira social y comentarios sobre la condición y los comportamientos humanos. Payne utiliza su sentido del humor como un vehículo para hacer reflexionar al espectador y a veces conmoverlo con películas como Nebraska (2013), Los Descendientes (2011) y Entre Copas (Sideaways, 2004), hasta convertirse en uno de los autores más interesantes del cine independiente americano. Pequeña Gran Vida (Downsizing, 2017) marca su primera producción de gran presupuesto con una premisa de ciencia ficción y un fuerte despliegue de efectos especiales.
Un grupo de científicos noruegos descubre la fórmula para reducir el tamaño de los seres vivientes, al poco tiempo presentan su invención como una herramienta revolucionaria para salvar al planeta y evitar crisis de superpoblación, falta de recursos y contaminación. Es que al reducir a una persona a unos 13 centímetros de altura se necesitaría muchísimo menos espacio para vivir, se reduciría el consumo, etc. Paul Safranek (Matt Damon) y su esposa Audrey (Kristen Wiig) son un matrimonio de clase media que desean mudarse para “cambiar” su vida, pero las deudas les impiden aspirar a un nivel de vida mayor.
Ambos deciden atravesar el proceso de miniaturización para aportar su granito de arena en la salvación del mundo y el cuidado del ambiente, pero también persiguiendo mayor lujo y confort. Al necesitar menos dinero para mantenerse, sus ahorros de familia de clase media se convierten en una fortuna y pueden experimentar la vida perfecta de los millonarios en un coqueto resort gentrificado para familias en miniatura.
Los problemas para Paul comienzan cuando Audrey decide dar marcha atrás con la miniaturización en pleno proceso, dejando a su esposo solo y más pequeño que un celular. A partir de ese momento Paul deberá rehacer su vida; este hombre pequeño ansioso por dejar una gran huella en el mundo descubrirá que las injusticias y las diferencias sociales no son propiedad exclusiva de las personas de tamaño “normal” y tendrá su oportunidad para cambiar el mundo… o tal vez no.
A pesar de ser un director que siempre se movió como pez en el agua cuando se trata de películas independientes o de presupuesto medio, Alexander Payne sale muy bien parado en su primera incursión dentro de las grandes producciones. Con su ácido humor y sus acertadas observaciones Payne nos entrega una película que habla sobre el cambio climático y el desastre que la humanidad hace con el medio ambiente, la pobreza y la exclusión, los refugiados, el inconformismo de la clase media americana y más; todo sin un discurso panfletario. Él se encarga de presentar a los personajes y sus motivaciones, las valoraciones corren por cuenta del espectador.
Así, a lo largo del film podemos simpatizar con el patético Paul, su vecino serbio hedonista Dusan (Christoph Waltz), la activista luchadora por los derechos humanos Ngoc Lan Tran (Hong Chau) que siempre está dispuesta a ayudar a los necesitados, el grupo de científicos noruegos encabezado por el Dr. Jorgen Asbjørnsen (Rolf Lassgård) que devinieron en una comuna de hippies amantes de la naturaleza y hasta una pareja interpretada por Neil Patrick Harris y Laura Dern que parecen vivir en un eterno infomercial; todos ellos vistos de una manera satírica sin llegar a convertirse en una caricatura.
Más allá del buen trabajo de guion y los personajes bien definidos, el principal (y gran) problema de la historia está en su extensión, no solo en el tiempo de metraje, sino también en la estructura narrativa, que se siente como si la película tuviera 4 actos. Sin embargo, esta falencia no logra ensombrecer del todo una historia sólida, reflexiva y entretenida con un más que correcto despliegue de efectos especiales.