No se sabe muy bien qué tiene que ver Alexander Payne (Nebraska, Election, Entre Copas y Las Confesiones del Sr. Schmidt, entre otras joyitas del cine independiente americano), ni a quién se le ocurrió después de tantos años otorgarle el presupuesto necesario para un delirio de tamaña magnitud, pero sí se saben con certeza dos cosas: una, que el género se beneficia de una mirada completamente fresca, por momentos ridícula, pero siempre original, y dos que ésta vez extrañamente no es sólo la audiencia quien quedó fuera del chiste, sino que fueron mayormente los críticos quienes no entendieron. Downsizing (tal su nombre original) es una sátira sobre el fin de los tiempos, planteada desde una problemática real: el daño del hombre a la naturaleza y su inevitable extinción. Pero también es un cuestionamiento a las actitudes omnipotentes del humano, a su cultura, hipocresía y el modo que se comporta en sociedad. Es por eso que ofrece múltiples posibles lecturas, dos que fundamentalmente se resumen en lo siguiente: por un lado, ¿qué pasa si el perecimiento de la raza humana es a esta altura inevitable?, y por el otro, ¿qué importa?.
Matt Damon encarna a Paul Zafranek, el prototipo de “hombre común y corriente” que no consigue jamás un logro en la vida, como sea siquiera que pronuncien bien su apellido. Está casado y “parece” feliz, quiere mudarse a un lugar mejor pero la realidad económica lo supera, y lleva una vida decente aunque carente de emociones fuertes. Es el hombre “mediocre” por definición, que un día tiene la oportunidad de dar un giro a su vida, o por lo menos de comenzar de nuevo alterando visiblemente su status: hace años se ha descubierto el “downsizing” humano, que consiste en la capacidad de reducir a una persona a un octavo de su tamaño. ¿Cuál es el beneficio? Ayudar al planeta, porque menos tamaño equivale a menor contaminación, emisión de gases y reducción de huella ecológica. ¿Cuál es el beneficio que realmente importa? Simple: todo es más barato, y los ahorros de una vida que a tamaño completo no sirven para nada, en modelo miniatura compran una mansión, varios autos, un jardín y permiten vivir “de arriba”. Naturalmente, la segunda parte es la que interesa a la mayor parte de la gente porque, seamos sinceros, el hombre parece ser egoísta por naturaleza.
Pero Paul, contrariamente a todo lo mencionado anteriormente, no es cualquier hombre, o al menos en el fondo quisiera no serlo. Y por eso todo lo que sucede a partir del experimento se convierte en una aventura enredada, absurda y que poco a poco va perdiendo el hilo y derivando en lugares completamente inesperados (esto, que suele ser algo atractivo, es lo que evidentemente molestó a muchos de los más críticos con las decisiones de Payne). En roles secundarios aportan su gracia Cristoph Waltz como Dusan Mirkovic, el vecino hedonista y bon vivant que se deshace en fiestas, y Udo Kier, su fiel colega. Queda relegada y, es cierto, un tanto desperdiciada, una Kristen Wiig que hace su aparición apenas en el primer acto de la película.
Downsizing, pese a algunas irregularidades y cambios bruscos de tono, es una película completamente atípica, visualmente atrapante y con una premisa absurda que permite evadirse de la realidad y, como todo buen exponente del sci-fi, parte de la maravillosa pregunta “¿y qué pasaría si….?”