En una fecha imprecisa, podría ser hoy, también a principios de este siglo o de aquí a unas décadas adelante, dos científicos noruegos consiguen reducir el tamaño de un ratón vivo. No mucho después, un grupo de personas, incluido uno de los dos hombres de ciencia responsables del hallazgo, se postularán para experimentar en sus propios cuerpos esta nueva dimensión de la especie. Una deriva evolutiva se pone en marcha: “los hombres pequeños” empiezan a vivir en prósperas comunidades y ciudades miniaturizadas, una presunta solución para el mundo real, pues aquí habría un nuevo equilibrio dinámico del capitalismo, entre la infinita producción de riquezas y su incontrolable y tóxico excedente, la basura.