Pequeña gran vida, la última película de Alexander Payne, es una mirada con lupa a seres humanos reducidos que tienen los mismos problemas que el resto de los mortales pero a otra escala.
Científicos noruegos desarrollan una tecnología por la que logran reducir a una persona de 1,80 en alguien de 12 centímetros. ¿Con qué fin? Al parecer para luchar contra la contaminación, el problema de los residuos y la falta de alimentos. Paul Safranek (Matt Damon) y su mujer Audrey (Kristen Wiig), más por motivos económicos (100.000 dólares se convierten en 10 millones en el pequeño mundo) que por razones filantrópicas, deciden someterse a este cambio, que tiene características irreversibles. Es una apuesta fuerte, pero todo sea porque se cumpla su sueño de clase media norteamericana.
El cine de Alexander Payne siempre fue más proclive a la sutileza que al trazo grueso, a una fina observación de microcosmos y, en este caso, una mini réplica de la sociedad que acaba convirtiéndose en lo mismo que pretende combatir.
El problema pareciera ser qué relación tiene el comportamiento de los seres humanos con respecto al mundo que habita. Podemos ser pequeños en relación al planeta en que vivimos y, así y todo, seguimos cometiendo grandes problemas. En la lectura política de los personajes de Payne, la solución a las dificultades del mundo (ese espejismo que es el reducir las personas y las cosas para tener un mundo mejor) es mera hipocresía de idealismo y militancia berreta, ecologismo y cientificismo mal aplicado y de cómo sociedades en apariencia más avanzadas se traducen en un hippismo que deviene en culto de fanáticos. En tanto la esencia del ser humano y sus mezquindades, el aprovechamiento de los marginales y las ambiciones monetarias, son sólo palabras que se critican de la boca para afuera.
La sensación que se tiene viendo Pequeña gran vida es que se trata de un compendio de buenas ideas que no terminan de amalgamarse del todo. Es en términos de realización, la más ambiciosa de las obras de Payne que, aunque sin perder su tono melancólico e irónico, va introduciendo personajes: la esposa de Safranek, Dusan y su amigo Joris (una suerte de contrabandistas fiesteros de Europa del Este que eligieron reducirse para dejar de ser los perdedores de sus familias) Gnoc Lan, la militante vietnamita reducida en contra de su voluntad que termina trabajando como personal de limpieza de los ricos. Hay toda una fauna de gente con los que la película va cambiando de rumbo y tono en el guion de Payne y su colaborador Jim Taylor, que debilita la historia y la aleja emocionalmente de la manera en que el director de Entre copas nos tenía acostumbrados.