Año 1981. Francia, ciudad pequeña. Una familia: padre, madre, hija de ocho años, abuela materna enferma. La niña es introvertida o, mejor mirada, su personalidad sufre averías debido a unos padres poco recomendables. Ella (Agnès Jaoui afeada) es una madre con "conciencia social" que, entre otras cosas, no le quiere dar Nutella a su hija. Él (Denis Podalydès) es un sobreviviente de los campos de concentración nazis. Y tienen más problemas: entre ellos, con el mundo, con las Barbies. La niña es Rachel (Juliette Gombert) y la compañerita del colegio de la que se hará amiga para poder salir de este ambiente dañino es Valérie (Anna Lemarchand).
Hay más personajes que importan, como la mamá de Valérie y la terapeuta interpretada por Isabella Rossellini. Desde ella podemos orientarnos en esta película: la fotogénica Isabella desde hace un tiempo ha sido eliminada como actriz realista y ganada por su personaje incandescente. Rossellini, aún en un papel secundario, convierte a casi todo lo que toca en un relato artificioso, con aspecto de fábula extraña de diversos tonos. El tono de cuento infantil grotesco recuerda parcialmente al de Matilda de Danny DeVito (basada en el libro Roald Dahl). Pero hay una gran distancia: si Matilda era una película explosiva, grande, asertiva, aquí estamos en un universo más cotidiano, en el que no calzan del todo bien muchos seres de caricatura (esa maestra, ese director) esas metáforas reforzadas una y otra vez (¡la cocina!). Así, Pequeñas diferencias usa el colorido y el trazo de cuento infantil sin la convicción necesaria, por lo que todo cambio abrupto en los personajes se atempera pero no lo suficiente. Las crueldades de la primera parte del relato se digieren peor debido a ese tono intermedio que se genera entre apelaciones realistas y psicologistas y la fábula demasiado tímida. La musicalización también es oscilante y combina supinas obviedades con algunas canciones mejor colocadas y que nos permiten aguantar mejor el exceso de expresión ocular de la actuación de los padres de la niña protagonista. El título de estreno local, que traiciona el original de "el viento en mis pantorrillas", aporta a los vaivenes de esta película lograda a medias y que estuvo entre las diez producciones francesas más vistas del año pasado.
En el tramo final la película encuentra más decidida el tono, las metáforas simplonas (esa ventana abierta en la casa de campo) ya son aceptadas como parte del paisaje, e incluso la tragedia más extrema se integra con cierta fluidez y decoro, o al menos con una forma menos dubitativa. Ahora bien, para llegar a ese cierre hay que atravesar metáforas visuales sexuales que pueden ponernos en la disyuntiva de abandonar toda confianza en la película o aceptar que se trata de una fábula de crecimiento un poco atolondrada pero que -aún con sus tremendos golpes y su barullo temático (muerte, frustración, educación, paternidad, amistad, pareja, pasado, etc.)- exhibe cierta calidez, cierta confianza en la energía infantil que registra.