El aprendizaje de la vida por una chica de nueve años
Inicio de la década de los ochenta. Rachel (Juliette Gombert), una chica de nueve años, tímida y un poco sola, quiere ser la amiga de Marina Campbell, la chica más linda de su clase y que recién perdió a su madre. Tiene también pequeñas angustias. Sueña que su madre, Colette (Agnès Jaoui), está muerta. Obviamente ésta, sobreprotectora como es, no es ajena a esto. Además, Rachel comparte su cuarto con su abuela (Judith Magre), que ya parece medio muerta, y su padre, Michel (Denis Podalydés), pretende haber sobrevivido a un campo de exterminación nazi. En esta atmósfera un poco mortífera, no hay mucha alegría. La irrupción de Valérie (Anna Lemarchand), una de las compañeras de Rachel en la escuela, viva y atrevida, y de su madre, una hermosa divorciada (luminosa Isabelle Carré), aportarán en la vida de esta familia gris esos colores que tanto faltan.
Sin embargo, este remolino no llega hasta la puesta en escena, demasiado banal, a veces torpe, en particular cuando la directora Carine Tardieu busca representar a toda costa lo que pasa por la cabeza de Rachel, como si tuviera miedo del poder de su (nuestra) imaginación. Por suerte, la mirada se vuelve más justa cuando observa las relaciones entre las mujeres, en particular en la estupenda confrontación entre las madres de las dos chicas, ayudada en esto por el talento de las actrices, tanto las grandes como las pequeñas.
Sin revelar demasiado, la ráfaga de colores será de corto tiempo. Al final, lo que cuenta esta película, a través de los ojos de una chica de nueve años, es cómo aprender a vivir y seguir viviendo, a pesar de la muerte, que siempre está al acecho, pero que nunca impide (tal como indica el título original de la película) que el viento siga soplando entre las pantorrillas.