ELÉCTRICO RELATO CASI IMAGINADO. Primer trabajo de largo aliento del videasta y músico Gustavo Galuppo con Carolina Rímini (ambos nacidos en Rosario), Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad es una suerte de (no tan) falso documental cuyo copioso material oscila entre lo médico, lo cinéfilo, lo político y lo lúdico.
El eje es un investigador y su búsqueda del desarrollo de la energía eléctrica aplicada a los medios audiovisuales para encontrar una manera de reanimar cadáveres, sobre todo a partir de la muerte de su esposa, cantante de ópera. De los tanteos científicos a fines del siglo XVII al despliegue del consumismo en el siglo XX, se recorre la vida de este personaje cierto o inventado, contada por una omnipresente voz femenina en off, apenas interferida por comentarios adjuntos con la voz del colega Juan Aguzzi.
El diccionario de Galuppo/Rímini está profusamente ilustrado pero no es pequeño: dividido en 4 capítulos y un epílogo, interrumpido por textos con definiciones de palabras muy diversas que van apareciendo alfabéticamente (amo, bujía, Dios, elefante, fusil, galvanismo, etc.), acumula datos reales e irreales, fantasías y conjeturas, acompañándolos con fragmentos de películas clásicas y musicales, antiguas publicidades y documentales institucionales, videojuegos y programas de televisión, registros remotos y actuales. Inmersas en el contexto, una muñeca puede verse como un repugnante modelo de frivolidad, y añejas filmaciones de fuentes inciertas se convierten en arrebatos pesadillescos.
Las imágenes no siempre ilustran lo que se escucha, sino que agregan capas de sentido, como cuando se habla de una cirugía mientras se muestra una licuadora en funcionamiento, o cuando se informa de la muerte de uno de los personajes centrales deslizándose alusiones a la carne y la comida (incluyendo la fugaz aparición de Mirtha Legrand almorzando por TV en 1978). La voz puede decir una cosa, las imágenes otra, y un texto sobreimpreso una tercera, al mismo tiempo. El juego apela ocasionalmente a la ironía y roza la ciencia ficción, sobre todo en un final que anticipa lo que podría ocurrir en unos años.
El torrente de imágenes fascinantes (por lo curiosas y por su valor simbólico) resulta menos abrumador que la continua información que llega del relato en off, que no da descanso. Galuppo/Rímini han trabajado menos por sustracción que por acumulación, y la profusión de autores citados (mencionados en los créditos finales) pone en evidencia cierto grado de suficiencia intelectual. En algún punto, el film se toca con Generación artificial (la película de Federico Pintos que compitió este año en el BAFICI) y, claro, con la obra previa de Galuppo.
Pequeño diccionario ilustrado de la electricidad –que, saludablemente, pudo realizarse con un apoyo de Espacio Santafesino– comprende, además, una reflexión clara y severa sobre la utilización de la electricidad como elemento de dominación. En este sentido, no puede dejar de reconocerse su coherencia: la mirada suspicaz sobre el avance del capitalismo industrial se corresponde no sólo con el estilo del film, lejos de toda demagogia (cuenta una historia pero con la monocorde voz oficial de un típico documental de divulgación científica, no escatima imágenes en las que animales son utilizados para experimentos, no apela a la emoción ni a la humorada fácil), sino también con las estrategias elegidas para su contacto con el público, ya que después de haber formado parte de la Competencia Argentina en el Festival Internacional de Cine de Mar del Plata, fue momentáneamente liberado como ofrenda para que no ganara el candidato a Presidente de la Nación que facilitara alegremente el crecimiento de marcas y negocios que hacen triunfar las leyes del mercado, y tras su presentación oficial (gratis) en cine El Cairo no espera iniciar una carrera comercial.
Algunos conceptos de Galuppo pueden discutirse (como aquéllo de que “El cine en las salas ha sido siempre una falacia”, que expresó en un debate en Espacio Cine que puede leerse aquí), pero cuando en Pequeño diccionario… menciona la práctica de “cobrar entradas” como punto de partida de un espíritu mercantilista del que el cine –de los Lumière a esta parte– casi no pudo escapar, no puede dejar de agradecérsele la observación iluminadora. Al menos, la lógica del film de Galuppo/Rímini parece más respetable que la de otros que declaman idealismo o rebeldía especulando con lo que gusta y apelando a formas conservadoras.