La liviandad discursiva
Hace ya bastante tiempo John Lee Hancock escribió una obra maestra como A Perfect World (1993), de Clint Eastwood, que en contraste con sus guiones posteriores no tiene nada de esa cuota de ingenuidad que asoma tanto en Pequeños Secretos (The Little Things, 2012) como en el resto de su filmografía. Esa falta de complejidad no es accidental, a Hancock le importa sobre todo lo narrativo; su Ray Kroc (Michael Keaton) de The Founder (2016) no pretende complejizar la dimensión histórico política ni que sus acciones y los espacios que habita impliquen algo más que su funcionalidad narrativa; por eso, más allá de que las acciones y las elipsis en The Founder sean esperables y por momentos ridículas o infantiles, sus dos horas pasan volando, suaves y cómodas. En Pequeños Secretos se repite el mecanismo conservador en lo narrativo y la liviandad discursiva pero todo fluye de manera un poco más áspera, Hancock trata de trasladar el malestar de la pareja protagónica, los policías Joe Deacon (Denzel Washington y su mueca de superado) y Jim Baxter (Rami Malek y su cara de llorón), a la puesta en escena; una puesta contrastada en luces, en estilos de vida, en edades, que al mismo tiempo lleva adelante una trama de coincidencias entre los dos policías y una historia circular: “el pasado se vuelve futuro, el futuro se vuelve pasado” repetirá varias veces Deacon casi como un baquiano.
Joe Deacon es un cana maduro y consejero que fue degradado y está a un paso del retiro tal como su espejo, aquel personaje de Morgan Freeman en Pecados Capitales (Seven, 1995). Baxter es el que va a iniciarse, el Brad Pitt del 95, el que todavía no perdió la fe y se va a obsesionar con un posible asesino de mujeres en Los Ángeles. Las coincidencias con la película de David Fincher son muchas: la dinámica de la pareja de actores y personajes, el asesino serial excéntrico, las prostitutas asesinadas y los espacios urbanos utilizados son sólo algunas. La explosión del cine coreano post 2000 ya había reformulado aspectos de Seven en varios thrillers (The Chaser, de Na Hong-Jin, en el 2008 fue un ejemplo), pero es injusto decir que aquellas películas fueron meras reformulaciones como sí parece serlo Pequeños Secretos porque los thrillers industriales coreanos, sobre todo del período 2000-2010, en su mayoría son muy buenos independientemente de sus influencias. La coyuntura es otra y por eso la película de Hancock también remite a la interminable lista de series sobre asesinos seriales e investigadores que rellenan los catálogos de los servicios de streaming. No sólo porque las series policiales norteamericanas se acercaron superficialmente a la estética del cine sino porque Hancock no hace mucho para dar un valor diferencial que la corra un poco de su conservadurismo formal. Habría que cuestionar por qué llega a las salas esta cuasi remake de pulso débil y no llegaban ni llegan los thrillers coreanos ni tantas otras producciones por fuera de la industria yanqui; aunque claro que todos ya sabemos la falaz respuesta de las distribuidoras: “es la economía, estúpido”.