Un policial sobre un asesino serial protagonizado por Denzel Washington. El “abstract” narrativo de Pequeños secretos podría ser el mismo de alguna de varias películas encabezadas por el actor en los años ’90, como El coleccionista de huesos. Y es justamente en esa época, con sus monitores de tubo gigantes y teléfonos de línea, que transcurre esta historia acerca de un policía que regresa a sus orígenes para seguir asesinatos muy similares a los de unos años atrás.
Con su ambientación lúgubre, un tono sepulcral y un sospechoso al borde de la locura, los ecos de Pecados capitales y El silencio de los inocentes –los referentes más recordados del género– resuenan durante las dos largas horas de la última película del director de El sueño de Walt.
Como en el film de David Fincher, los protagonistas son una pareja de policías en edades y etapas de sus carreras opuestas: Deke (Washington), de salida luego de varios años con un ascenso trabado a raíz de su carácter, vuelve a Los Angeles para recolectar unas pistas, mientras que Baxter (un estereotipado Ramy Malek) intenta continuar con su franca escalada en la fuerza.
Y, también como en Pecados capitales, el joven dejará de desconfiar de su colega para unir fuerzas en una investigación que los llevan hasta un técnico de heladeras llamado Albert (Jared Leto, siempre intenso y sobreactuado), iniciando así la búsqueda de rastros y huellas para atar los distintos cabos sueltos. Y cabos sueltos hay de sobra.
Pequeños secretos es uno de esos policiales hechos de taquito, sin demasiado esfuerzo y con varios lugares comunes orgullosamente transitados. Una película tensa y atrapante, además de la enésima muestra de solvencia absoluta de Washington, a quien a estas alturas de su carrera cuesta no imaginarlo vestido con un uniforme y armado.