Tras el éxito de El silencio de los inocentes, los años 90 nos dieron el ascenso de un nuevo monstruo cinematográfico: el asesino serial. La década no se privó de saturarnos de films análogos, aunque solo Pecados capitales reprodujo su impacto. El propio Denzel Washington protagonizó dos: El coleccionista de huesos y Poseídos. Esta nueva película nos devuelve a ese pasado no solo porque trata sobre la persecución de un asesino serial en 1993, sino también porque el guion fue escrito durante ese momento y permaneció tres décadas sin rodarse. La inescrutable razón por la que logró materializarse ahora es quizás el mayor misterio de este film.
La historia es abiertamente deudora de los dos clásicos mencionados, con varias escenas calcadas de ellos, incluido su clímax, en el que el detective novato enfrenta al asesino en el desierto. Como los clones de aquella década, éste no aporta variantes e insiste con los tópicos habituales y lóbregos acerca de la imposibilidad de hacer justicia. Denzel Washington ejerce su habitual solvencia para el rol del policía veterano, desencantado y deprimido. Sin embargo, Rami Malek, como el compañero más joven y que aún cree en la eficacia de la ley, resulta tan afectado que parece teletransportado no ya desde otro film sino desde otra galaxia. Se entiende que debe “dar” cool y remoto, pero parece como si fuera un alien de sexualidad fluida que aún no entiende bien cómo se comportan los humanos. La naturalidad de Washington multiplica la anormalidad de su casting. La política de géneros del film es también un regreso a otra era, dado que aquí las mujeres son víctimas, asistentes o esposas, y esto sella el anacronismo generalizado.