La fenomenal “Pequeños Secretos” nos interpela como espectadores llevándonos a cuestionarnos si existe, en definitiva, una clara línea divisoria entre el bien y el mal. Esta indagación moral sobre la condición humana, que se centra en una investigación policial y en el cauce de las vidas privadas de los oficiales de la ley que llevan a cabo dicha pesquisa, nos arroja una considerable cantidad de preguntas sin respuestas. La hondura psicológica que ofrece la nueva película de John Lee Hancock nos remite a abordajes similares que el género ha realizado con anterioridad, como la imprescindible “Pecados Capitales”.
En el presente film, conoceremos el modus operandi de un escurridizo asesino (¿uno o más?), también la incertidumbre que se posa sobre una serie de víctimas desaparecidas y masacradas. Por momentos la duda gravita sobre un asesino aún no identificado que replica a serial killers de antología. En este punto, cabe mencionar que la atención que cada guiño merece sembrará las claves que resuelvan (o no) la incógnita final. En “Pequeños Secretos” ningún plano desestima su valor simbólico ni ninguna línea de diálogo del guion prescinde de información que el espectador deberá codificar, exigiendo al máximo su atención. Pistas se nos revelarán en forma de guantes, maleteros, kilometrajes, llamadas misteriosas, objetos punzantes, latas vacías, botas, cruces, autos misteriosos y un sinfín de elementos íntimos como prueba del crimen. Sabremos también, que no hay acusación posible sin cuerpo de delito ni evidencia que no pueda ser plantada (o bala por accidente disparada luego desaparecida por arte de magia).
En los pliegues de la historia se desliza la ambigüedad permanente, sin jamás abandonar su tono crítico hacia el abuso de poder de las fuerzas policiales, en franca directriz a una de las instituciones más cuestionadas de Estados Unidos, reescribiendo la típica historia policial de héroes y villanos enfrentados bajo los más previsibles antagonismos. Si se quiere, también, trama un pormenorizado replanteo argumental sobre las típicas películas buddy-movies: la dupla despareja de policía veterano versus novato que forman los personajes de Washington y Malek dista completamente del canon instituido por años. Las carreras y vidas familiares espejadas hasta la más llamativa coincidencia, entre uno y otro, no hacen más que confirmarnos la riqueza de detalles que pueblan un diseño de caracteres de perfecto acabado y en peligrosa sincronía.
Veterano y especie en extinción de Hollywood, la artesanía de un director como John Lee Hancock, responsable de obras como “El Sueño de Walt” y “El Álamo”, remite al corte clásico de un Clint Eastwood y nos prueba la inteligencia de un thriller orquestado como una precisa pieza de relojería. Sobre su figura recae la responsabilidad de que el film jamás defraude. Recurriendo a los diálogos elaborados, aquí ninguna pista se verá librada al azar. Su conclusión no da respuestas tranquilizadoras ni conciliadoras, aspecto que nos habla de un final anti-convencional para lo que suele ofrecer la industria. Epílogo a un laberintico desarrollo argumental que al Hollywood del nuevo milenio parece ya no importarle.
El acompañamiento musical no resulta un simbolismo menor. Canciones melódicas de la época conforman la banda sonora y parecen filtrarse con absoluta gracia en ambientes tan claustrofóbicos y macabros; también en tensas persecuciones tomando la carretera o haciendo de nuestro ánimo un puñado de nervios, testigos de los clásicos embotellamientos de tránsito en la siempre bulliciosa y colorida L.A.. Magnífica en sus rubros técnicos, vestuario y escenografía, laboriosos emplazamientos nos legan esta precisa adaptación de época, sobre una historia que el propio Hancock escribiera hace casi treinta años.
Conozcan al mito, al hombre y la leyenda. Tan grato resulta ver nuevamente a Denzel (pasaron tres años de ausencia en pantalla luego de “El Justiciero”), arriesgándose a un producto poco convencional. El eterno magnetismo del oscarizado intérprete afroamericano muta bajo la forma de un lenguaje corporal de inusual tono sombrío. ¿Cuánto esconde y deja ver realmente el personaje de Denzel? Lejos de su habitual retrato del policía seguro de sí mismo y en control total de la situación, observamos capas de profundidad bajo la aparente calma: tras su máscara, los fantasmas y el andar cansino de un ser atrapado en su pasado asoman amenzantes, también su conexión paranormal como prueba de su inclaudicable obsesión.
La gloriosa escena en la sala de interrogaciones paga la entrada. El peso de cuatro Premios Oscar se hace sentir (dos de Washington, uno de Malek y uno de Leto) rubrica una Masterclass de actuación e improvisación. Otorgando tiempo de lucimiento a sus más jóvenes estrellas, el film confronta la transformación física del siempre inmenso Jared Leto con la intensidad gestual del cada vez más sorprendente Rami Malek. Del primero, nos asombra su perversidad sin límites. Del segundo, empatizaremos con su grado de obsesión y compenetración a fin de desentrañar el misterio.
Mientras la incógnita habita reinante en la tierra angelina, la eminente cuestión acerca de la fe y la maldad humana atraviesan tangencialmente el relato. A lo largo de sus dos horas de metraje, “Pequeños Secretos” nos agobiará con su atmósfera inquietante, adentrándose en la psicología de tres seres lúgubres bajo una fórmula probada: nadie es lo que aparenta ni nos conforma la posibilidad de aquel que dice realmente ser. Aún escudriñando el rostro de Leto y su enésimo tic gestual no sabremos, en el fondo, si nos encontramos frente a un fanático del culto de Helter Skelter (observamos un ejemplar guardado en su biblioteca), quien no es más que un psicópata que juega con los nervios de la cúpula policial.
En un momento, el personaje del siempre inconmensurable Denzel dice: <<Son los pequeños detalles los que te atrapan>>: podría referirse tanto al criminal atrapado en su coartada como a nosotros espectadores, atrapados en tamaña intriga. Un seductor tour-de-forcé actoral nos provocará un cautivante desasosiego, para este auténtico juego de gato y ratón que posee el infrecuente acierto de no otorgar a su historia ninguna vuelta de tuerca de más, sabiendo que será la audiencia quien deba colocar las piezas del rompecabezas en el lugar indicado. Relato profano que recuerda también a la sordidez en su máxima expresión, presente en relatos cinematográficos previos como “Nightcrawler” y “La Dalia Negra”, la cosmopolita ciudad californiana aquí es dimensionada en su más profunda oscuridad. No hay ángeles en la ciudad de Los Ángeles.