Pareciera que hay gente que se niega a asumir que han hecho una mala inversión, y ése podría ser el caso de los productores de la saga Percy Jackson. Como parte de la mentalidad reinante en Hollywood en los últimos tiempos, han comprado los derechos de una franquicia de fantasía - esperando ser la próxima saga de éxito al estilo de Harry Potter -, y le han inyectado dinero suficiente como para presentarla en bandeja de plata - incluyendo al reclutamiento del patrocinador y primer director de las aventuras del mago, Chris Columbus -. El problema es que la franquicia de Percy Jackson es una pavada atómica de acá a la China, básicamente porque insiste en trasladar toda la mitología griega a la mediocre cultura norteamericana, creyendo que los estadounidenses son el centro del universo y sus alrededores. No conformes con haber obtenido tibios resultados de taquilla con el original, se les ocurrió engendrar una secuela, la cual tiene un fuerte tufillo a fracaso. Tal como pasaba con Las Crónicas de Narnia: La Travesía del Viajero del Alba, ésta es una entrega que llega demasiado tarde y que carece de energía, amén de que luce muy pobre en casi todos sus aspectos.
En sí, Percy Jackson y el Mar de los Monstruos se siente como una sobreproducida secuela directa a video. Hay muchos efectos especiales de calidad mediocre, no queda ni una de las estrellas del primer filme - y algunos de los personajes remanentes han sido reemplazados por actores de cachet más barato, como Stanley Tucci y Anthony Head - y, lo que es peor, ni siquiera el grupete de adolescentes que pone la cara para los papeles principales parece demasiado entusiasmado con la tarea de regresar a los caracteres que les dieron sus 15 minutos de fama. Como quien dice, hay un clima de desgano generalizado, el cual resulta entendible cuando uno empieza a ver la pavada en la cual se han enrolado. Hace mucho tiempo una chica defendió con valentía la entrada del campamento que alberga a los semidioses - los hijos naturales y humanos de los dioses olímpicos, los cuales habitan una especie de versión camping de cuarta de Hogwarts - y pereció en la batalla, razón por la cual su divino padre la convirtió en un arbol mágico que protege al lugar de las presencias no deseadas. En la época actual hay internas entre los semidioses, algunos de los cuales desean dar un golpe de estado y voltear a todos los que moran en el monte Olimpo; esos infiltrados aprovechan la ocasión para envenenar al árbol y debilitar la barrera, con lo cual todos los chicos del campamento quedan a merced de los depredadores inmortales que acechan la zona. Ahora, para curar el árbol, hay que irse al fin del mundo y buscar el vellocino de oro, el único artefacto mágico que puede reestablecer su salud. Toda esta historia no estaría tan mal sino fuera que está salpicada por ocurrencias insultantes, las que van desde una isla poblada por cíclopes... en la cual hay montado un ridículo parque de diversiones (¿Interama?)(wtf?!!), barcos acorazados de la Guerra de Secesión que son capaces de emerger indemnes de las profundidades del mar como si fueran submarinos atómicos, ciclopes idiotas que son a prueba de fuego (lo cual incluye sus ropas y sus lentes de sol de plástico!), y la creencia que UPS es un servicio postal regenteado por Hermes y sus acólitos. Al menos, entre tanta imbecilidad, el cameo de Nathan Fillion como Hermes tiene su gracia (incluso se despacha con un guiño para los fans de la serie Firefly, al comentar sobre una serie televisiva basado en las aventuras de un héroe olímpico... "la mejor serie jamás creada... y cancelada después de la primera temporada!").